El filme denuncia la extraña muerte de Gary Webb, un periodista norteamericano que denunció los nexos del gobierno norteamericano, CIA mediante, con el ascenso de la drogadicción en EE.UU. mientras intentaba además derrocar gobiernos extranjeros.
El viernes 10 de diciembre del año 2004, el periodista norteamericano Gary Webb fue encontrado muerto en su casa de California. Tenía 49 años de edad y escribía otro libro relacionado con el vínculo tráfico de drogas-CIA-contrarrevolución cubana y nicaragüense. Días antes, Gary había informado a varios amigos que se sentía vigilado y estaba viendo gente extraña rondando su casa.
Las autoridades judiciales consideraron rápidamente la muerte del periodista como un suicidio motivado por un supuesto estado depresivo, pero hubo un detalle que todavía hoy sigue siendo objeto de polémicas: Gary Webb murió de dos balazos en el rostro y, según estadísticas internacionales relacionadas con casos de suicidios, es muy extraño que alguien pueda dispararse dos veces en pleno rostro.
El caso “Gary Webb” es tratado en uno de los primeros filmes que exhibirá la televisión durante su programación de verano, Maten al mensajero, dirigido en el 2014 por Michael Cuesta, un thriller político muy serio en su contenido y realización y con un desempeño por lo alto de Jeremy Renner en la piel del periodista Gary Webb, quien en 1996 publicó varios reportajes que pusieron en evidencia el oscuro vínculo de la CIA con el mundo de la droga, maridaje encaminado a abastecer de dinero y armas a la contrarrevolución nicaragüense y que inundó con el temible crack a los barrios negros de Estados Unidos.
Un bombazo el reportaje de Gary Webb, ya que demostró que no hubo reparos por parte de la administración Reagan en dañar directamente a la ciudadanía negra norteamericana con tal de recaudar fondos millonarios que le permitirían encauzar, a fuego y sangre, su denominada cruzada en contra del “comunismo internacional”.
La película es explícita al respecto, pero en su necesidad de síntesis no profundiza en algunos aspectos fundamentales, que sí aparecieron en los escritos del periodista norteamericano, recogidos y ampliados luego en su libro titulado Alianza negra, entre ellos, que ya a principios de los años setenta el contrarrevolucionario de origen cubano, Luis Posada Carriles —según informe de la DEA— había estado intercambiando armas por cocaína con una persona “involucrada en asesinatos políticos” (y esas cuatro palabras, “involucrada en asesinatos políticos”, está subrayada en el informe de la agencia encargada de enfrentar el tráfico de drogas), y es una referencia a Félix Rodríguez Mendigutía, el agente de la CIA que ordenó el asesinato del Che, una historia sacada a relucir nuevamente por la prensa después del asesinato de Gary Webb.
Fue una mujer, amante de un contrarrevolucionario de origen nicaragüense vinculado con la droga y caído en desgracia con su clan, quien puso secretamente en manos de Webb documentos muy comprometedores que le permitieron incrementar las pesquisas que otros periodistas, pertenecientes a grandes órganos de prensa, hubieran querido para sí, triunfo profesional que algunos aplaudieron y otros no perdonaron.
Fue así que Gary Webb, desde su modesto diario, el San José Mercury News, se tuvo que enfrentar a no pocas fuerzas, tanto dentro de su mismo periódico como pertenecientes a la Agencia Central de Inteligencia, y al propio gobierno, y hay un diálogo en el filme que no tiene desperdicio, cuando el fiscal del distrito, operando claramente en nombre del gobierno, le dice de manera amenazadora al periodista que lo que está en juego ante los tribunales es un “asunto de seguridad nacional muy sensible”, y Gary Webb le responde: “La seguridad nacional y el tráfico de cocaína en la misma frase, ¿no le suena extraño?”.
Y se fue a sentar frente al teclado para escribir cómo la red de la CIA vendió toneladas de cocaína a bandas criminales, porque el fanatismo anticomunista de la Casa Blanca era tan ferviente que el gobierno estaba dispuesto a involucrarse en la propagación de la más espantosa epidemia de narcóticos de los tiempos modernos en su propio país, o lo que es igual: hacer llover cocaína sobre sus conciudadanos y de paso, crear en Centroamérica una red de terror político sin precedentes.
Aunque el trabajo de investigación de Gary Webb fue serio y bien documentado, además de objetivo e imparcial, la CIA dirigió una campaña de desprestigio a la que se sumaron los llamados pesos pesados de la prensa norteamericana. Otros, de menor influencia, como El Miami Herald, al dar la noticia del supuesto suicidio del periodista, cargó las tintas contra él sin mencionar que averiguaciones posteriores a la cruzada de descrédito habían reivindicado el trabajo de Gary Webb, un profesional que antes de escribir sus explosivos reportajes había obtenido no pocos lauros periodísticos, entre ellos un premio Pulitzer.
¿Traería nuevas revelaciones y más nombres de involucrados el libro que proyectaba Gary Webb antes de “quitarse la vida”?
Sobran las especulaciones al respecto y, con ellas, persisten las dudas acerca de cómo puede dispararse una persona dos tiros precisos, mortales, en el rostro.
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