Por Rosca Izquierda / Imagen tomada de Internet
Hoy me acordé de ti, Eduardito. Como tantos días en que lo hago. Miré al rincón donde está esa foto, esa donde sólo yo me reconozco y me acordé de ti. Angola toda se me vino encima, y esa guerra, que sería la primera de algunas otras.
Me
alegró encontrarte al llegar a Luanda; si tú ríes –pensé- no todo está tan
jodido. Y yo no recordaba que siempre reías; que siempre lo hiciste, hasta
cuando te cagabas de miedo y el nuestro parecía mayor. Soy quizás quien menos
puede hablar de ello, no coincidimos casi y sin embargo te estoy tan agradecido
por hacerme reír en medio de algo tan incierto. Tiempo después me tocó ver
llorar a tu novia, y reía también mientras te lloraba, recordándote y las
cabronadas que le hacías.
Me
hubiera gustado que vinieras conmigo, hubiera sido todo más fácil, o hubiera
sido igual de jodido, pero me lo hubiera tragado mejor. Me fui al sur, contento
porque contigo quedaba Marcos y harían equipo en un lugar donde tal vez las
probabilidades de supervivencia eran mayores.
Qué
cojones iba yo a saber de eso a esas alturas; pero ya lo aprendería, a cojones
también.
Te
volví a ver a mi rápido regreso, una semana apenas antes de volver al sur. Ahí
fue que me imprimiste esa foto en el pequeño laboratorio de la Misión Militar;
entraste como siempre dando una vuelta y cantando “Giros”, sabías que me descojonaría
como siempre. Luego te pusiste serio, sacaste la dichosa foto entre muchas
otras; aquellas de los muchachos que acababan de morir y en tu mirada había
algo así como una disculpa.
Pocos
días atrás, algunos de ellos me ayudaron con la cámara que se había trabado, me
prestaron además los destornilladores con que finalmente logré repararla. Iban
delante de mí en la caravana; con la alegría de la adolescencia, la
irresponsabilidad de la ignorancia.
Levanté
un destornillador y devolví una sonrisa agradecida, pero ya el camión de ellos
pisaba una mina.
Cuando
pude pararme, la cara aún caliente, me lancé al piso y corrí hacia ellos por el
arenazo. No me dejaron llegar, o quizás me detuve al ver los demás apretando
los dientes. Volví sobre mis huellas y mi vergüenza.
Verde
y armado como iba me tomaría por tal.
– Si usted pudo venir caminado desde casa del
carajo para pararse a veinte metros de mí, puede seguir hasta aquí, que seguro
no está más cansado que yo – Fue mi única respuesta.
Nada,
que le dio el ataque de histeria y el capitán que le acompañaba me condujo
hasta el calabozo.
Chamaco-
me dijo- ¿Tú no viste la cantidad de estrellas que lleva ese tipo en el
hombro?- No, no las vi, y hasta hoy es el tipo de cosas que me importa un
carajo.
Cojones,
que tú único miedo siempre fue volar. Hay que joderse.
Y me
diste esa foto, pero no estás en ella. No tengo ninguna donde ríes.
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