lunes, 27 de noviembre de 2023

Crónicas del sentimiento: Te lo juro.

 


Por Rosca Izquierda / Imagen tomada de Internet

Hoy me acordé de ti, Eduardito. Como tantos días en que lo hago. Miré al rincón donde está esa foto, esa donde sólo yo me reconozco y me acordé de ti. Angola toda se me vino encima, y esa guerra, que sería la primera de algunas otras.

Me alegró encontrarte al llegar a Luanda; si tú ríes –pensé- no todo está tan jodido. Y yo no recordaba que siempre reías; que siempre lo hiciste, hasta cuando te cagabas de miedo y el nuestro parecía mayor. Soy quizás quien menos puede hablar de ello, no coincidimos casi y sin embargo te estoy tan agradecido por hacerme reír en medio de algo tan incierto. Tiempo después me tocó ver llorar a tu novia, y reía también mientras te lloraba, recordándote y las cabronadas que le hacías.

Me hubiera gustado que vinieras conmigo, hubiera sido todo más fácil, o hubiera sido igual de jodido, pero me lo hubiera tragado mejor. Me fui al sur, contento porque contigo quedaba Marcos y harían equipo en un lugar donde tal vez las probabilidades de supervivencia eran mayores.

Qué cojones iba yo a saber de eso a esas alturas; pero ya lo aprendería, a cojones también.

Te volví a ver a mi rápido regreso, una semana apenas antes de volver al sur. Ahí fue que me imprimiste esa foto en el pequeño laboratorio de la Misión Militar; entraste como siempre dando una vuelta y cantando “Giros”, sabías que me descojonaría como siempre. Luego te pusiste serio, sacaste la dichosa foto entre muchas otras; aquellas de los muchachos que acababan de morir y en tu mirada había algo así como una disculpa.

Pocos días atrás, algunos de ellos me ayudaron con la cámara que se había trabado, me prestaron además los destornilladores con que finalmente logré repararla. Iban delante de mí en la caravana; con la alegría de la adolescencia, la irresponsabilidad de la ignorancia.

Levanté un destornillador y devolví una sonrisa agradecida, pero ya el camión de ellos pisaba una mina.

Cuando pude pararme, la cara aún caliente, me lancé al piso y corrí hacia ellos por el arenazo. No me dejaron llegar, o quizás me detuve al ver los demás apretando los dientes. Volví sobre mis huellas y mi vergüenza.

 Tal vez por eso me metieron preso aquella tarde en la Misión; porque venía muerto de hambre y de rabia, recordando esas caras que juré no olvidar y que hoy ni siquiera logro recomponer. Venía o iba, buscando el comedor; me llevaban Anselmo y Plá. Jorge Plá, ese sí, héroe de tantas guerras, porque hay que ser héroe más que corresponsal para zumbarse todas las que se zumbó. Y a lo lejos nos gritó un general. Gritó que nos detuviéramos. Se tomó su tiempo para llegar cerca de nosotros y cuando lo hizo, volvió a gritar. Exigió fuéramos hasta él, y apuntaba hacia el suelo con un dedo que bien se hubiera podido meter en el culo. Me quedé atrás, decidido a no dar ni un paso. Pronto se repitió su grito: Que venga aquí, le dije, soldado.

Verde y armado como iba me tomaría por tal.

 – Si usted pudo venir caminado desde casa del carajo para pararse a veinte metros de mí, puede seguir hasta aquí, que seguro no está más cansado que yo – Fue mi única respuesta.

Nada, que le dio el ataque de histeria y el capitán que le acompañaba me condujo hasta el calabozo.

Chamaco- me dijo- ¿Tú no viste la cantidad de estrellas que lleva ese tipo en el hombro?- No, no las vi, y hasta hoy es el tipo de cosas que me importa un carajo.

 Esa noche te hice reír, Eduardito. Y yo quise volver a Angola- te lo juro - cuando meses más tarde volaron el avión en que venían tú y Marcos.

Cojones, que tú único miedo siempre fue volar. Hay que joderse.

Y me diste esa foto, pero no estás en ella. No tengo ninguna donde ríes.

 Atentamente,

 Rosca Izquierda

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Sea educado. No insulte ni denigre.