Por Marcos Roitman Rosenmann / Tomado de La Pupila Insomne
Las formas sobre las
cuales se construyó el campo de lo político se reorienta hacia el
mercado del mundo digital. La llamada sociedad del espectáculo se
extiende y adhiere a nuevas formas de comunicación. Twitter, Instagram,
Facebook son el medio para trasmitir mensajes, la mayoría de las veces,
insultos y amenazas. Los adjetivos se quedan cortos. En el ámbito
político, sus representantes se digitalizan. Se comunican vía
plataformas digitales, siendo prisioneros de las redes. Más que
votantes, tienen seguidores en tiempo real que esperan los comentarios
de su influencer. Presidentes de gobierno, diputados,
senadores, alcaldes, no descansan. De día o de noche, la hora no es
relevante, envían su Twitter, opinando sobre lo humano y lo divino. Ni
límites ni reglas, todo vale. Desde construir falsas noticias hasta la
difamación. Unos y otros se ensalzan en rifirrafes sin
fronteras. Habituados a estas conductas digitales, los debates en las
instituciones siguen el mismo camino. Gritan, gesticulan, abuchean,
aplauden, patean, se interrumpen, hacen cortes de mangas, provocan hasta
la extenuación.