Tomado de Resumen latinoamericano.org
Por Roly Medina, Resumen Latinoamericano, 16 de julio de 2021.
Mis ojos debieron lucir desorbitados cuando llegué al monumento a Máximo Gómez en el malecón habanero. Un mar de pueblo allí congregado escalaba la base de mármol que sostiene la estatua ecuestre del Generalísimo, quizás intentando llevar nuestra bandera, esa que luce orgullosa en la pelea, más cerca de él, o del cielo quizás.
Una turba de gente llegaba de distintos lugares y sintonizaba casi inmediatamente con los vítores y cánticos que emanaban de la masa alpinista que ocupó el monumento. “Yo soy Fidel” estremeció a un grupo de personas, que previamente se habían congregado allí para generar desestabilización en el país, disfrazado de reclamos al gobierno revolucionario.
¿Entenderían esas personas el alcance de sus actos? Fue una pregunta recurrente mientras ante la presión de la abrumadora mayoría revolucionaria allí reunida, expulsábamos a estos individuos, sin violencia física, mas debo admitir que verbal hubo hacia ambos bandos.
Más adelante encontraría respuesta a mi pregunta, durante el camino desde monumento hasta Paseo del Prado. Allí nos detuvimos para sostener un acalorado debate con una veintena de personas agrupadas en el lugar, que se manifestaban contra el gobierno revolucionario y el socialismo y otros que simplemente escuchaban o tenían necesidad de expresarse.
¡Que poderosa es la Revolución cuando la batalla es de ideas! ¡Que insustentable los argumentos de los provocadores e instigadores! Allí fuimos testigos, en la lucha ideológica, en el debate en la calle, en la esgrima de hechos, datos, historia, y malas palabras, que quienes se integraban a estas revueltas no tenían elementos para desarmar a los revolucionarios.
Pudiera parecer suficiente con que sintiéramos la victoria política en nuestros dedos cuando se retiraban frustrados ante la ridiculización constante sufrida por el desconocimiento y la ignorancia, pero no. Eso no es suficiente, eso es solo una arista de la victoria en las calles.
La victoria definitiva en las calles no la da simplemente que estos insatisfechos se retiraran, hay algo más necesario, hay un elemento que no puede dejarse de ganar, y es la paz. Fuimos testigos de que cuando se calman los ánimos de ambos bandos, se lleva al debate a los adversarios, se logran relevantes victorias, como los tres jóvenes que en Paseo del Prado entendieron al escuchar nuestros argumentos, que estaban del lado equivocado de la historia y se sumaron al bando revolucionario.
Pero… ¿Qué hubiese pasado si a esos jóvenes simplemente le gritáramos gusanos? ¿Si los hubiésemos definido cono contrarrevolucionarios y en consecuencia los tratáramos? Habríamos perdido a tres muchachos que hoy salieron de la zona gris.
En Paseo del Prado disfrutamos de una victoria a todas luces. No podría decir la hora, pues nuestro nivel de excitación era tal que no recuerdo ni cómo salimos del parque Máximo Gómez. Esa victoria la definió la desintegración de una protesta contrarrevolucionaria sin usar la violencia, mediante la presión de la masa comunista allí concentrada y al generarse un ambiente de debate que desligó de los protestantes a quienes estaban exteriorizando solamente un grupo de insatisfacciones, pero no estaban dispuestos a entregar el socialismo o la soberanía nacional.
Ese domingo 11 de julio, que marcó nuestro almanaque político como ningún otro hecho desarrollado por los enemigos de esta Revolución, recorrimos varios lugares de La Habana, en busca de esa polémica que encontramos en el Paseo del Prado, en busca de un lugar donde encontrar a esos cubanos secuestrados por el oportunismo, manipulados por las redes sociales y años de terrorismo mediático. Fue así como estando en Infanta junto a cientos de Revolucionarios que habíamos recuperado Carlos III, de manera fortuita nos enrolamos en un ómnibus que nos dejó en la esquina de Toyo.
Debo reconocer, que ver el escenario allí existente, removió en mí toda la seguridad que hasta el momento tuve de que en las calles solamente desde las ideas podíamos disuadir o convencer a quienes intentan derrocar nuestra Revolución.
Antes de llegar allí, ya tenía referencias de hechos violentos acaecidos en algunos puntos de La Habana. Pude conocer personalmente a un sindicalista que con su cabeza rota producto al impacto de un objeto contundente blandido por uno de esos “manifestantes”, quien acompañado de una bandera teñida con su sangre derramada, continuaba en la calle defendiendo el socialismo. ¿Cómo no seguir la lucha al ver este muchacho?
Toda la calzada de 10 de Octubre estaba cubierta de piedras o rastros de las mismas pulverizadas por algún neumático. Los camiones de las fuerzas del Minint llegaban al lugar, el rostro de los jóvenes miembros de este ministerio mostraba agotamiento y síntomas de haber librado allí un fuerte combate.
Desde los balcones de las casas y las esquinas, nos miraban con cara de pocos amigos algunas personas que evidentemente, no estaban con la Revolución, pero se mantenían al margen, hasta que nuestras consignas comenzaron a resonar y nuestra marcha se volvió notoria en estas inmediaciones. Un oficial uniformado que acompañaba la misma fue agredido con una piedra por uno de los singulares espectadores ubicado a la orilla de la calzada. Ante el intento del oficial de reducirlo a la obediencia, terceros intentaron impedírselo, provocando la lógica reacción de los allí reunidos en pos de proteger la integridad del funcionario. Este respaldo popular a estos hombres de uniforme, evidentemente indignó a quienes no tienen ningún respeto por la vida humana y desde algunos balcones y esquinas, llovieron piedras contra nosotros.
¿Qué hacer? ¿Nuestra lucha no es de ideas? ¿Cómo continuar la marcha pacífica arriesgando la vida de compañeras y compañeros? ¿Cómo evitar que respondan a las piedras? Muchas preguntas y poco tiempo para reaccionar. Ya era tarde. Los revolucionarios devolvieron las piedras, con en tal efectividad que no se nos volvió a agredir de esa forma, aunque finalmente se impuso la idea que a la violencia no debemos responderle con violencia.
Las fuerzas del Minint tuvieron un protagonismo quizás inédito al restablecer el orden en ese lugar, con la particularidad de que ninguno portaba armas de fuego, y quiero ser enfático en esta idea porque eso sin duda me dejó marcado. Ninguno portaba arma de fuego. Pasamos toda la tarde y noche buscándolas con nuestros ojos, sin descubrir alguna, lo que dice mucho de la voluntad gubernamental de evitar pérdidas humanas en la lucha por rescatar el orden y la tranquilidad de nuestras calles.
Es comprensible que no se haya dado espacio para el enfrentamiento político-ideológico en esta oportunidad, cuando se estaba lidiando con una turba violenta, que había atentado contra la vida de varios oficiales, de militantes revolucionarios y contra bienes individuales y estatales.
Finalmente los revolucionarios allí reunidos ratificamos la conquista de esa calzada principal. Vítores a los jóvenes del Minint que se marchaban con el deber cumplido y consignas eran nuestro festejo. Luego nos retiramos, con mucho por analizar, con mucho por procesar de este día.
Mientras caminábamos en busca de la Vía Blanca (avenida capitalina) con el objetivo de regresar a nuestra casa, sacamos algunas conclusiones y experiencias de las vivencias del día. Delineamos someramente, con insuficiente praxis y algo de teoría, las principales características que debería tener la lucha revolucionaria en las calles, como contrapeso a las acciones de Guerra No Convencional contra nuestro país. A nuestra modesta opinión, son:
1. Desestimulación de la violencia, tanto en el proceder de las fuerzas del orden público como en el de las fuerzas populares revolucionarias. La violencia solo debe ser usada en legítima defensa, en defensa de terceros o de cualquier tipo de propiedad. Desde esa postura, desalentar el uso de la violencia por parte de quienes atacan la Revolución.
2. Crear condiciones para el debate popular. Dentro de los grupos de personas que se manifiestan, una vez generado el debate florecen los puntos en común y se aleja la posibilidad de fractura antagónica que potencie la violencia. Se presenta en voz de pueblo los argumentos de nuestra causa, y llegan a oídos que no entenderán tecnicismos gubernamentales.
3. No dar protagonismo a las fuerzas del Minint o las FAR. Aunque la presencia de estos órganos puede garantizar mayor seguridad a ambos grupos de personas que litigan en la vía pública, siempre la prensa y los medios de difusión masiva enemigos los expondrá como sanguinarios represores (no importa que no porten armas de fuego, como este 11.7.21). El pueblo tiene suficiente fuerza para tratar con manifestaciones pacíficas. Igualmente se evita violencia si se evitan detenciones.
4. Apoyar a las fuerzas del orden público. Es fundamental que los revolucionarios no dejen de reconocer la labor de los hombres y mujeres que arriesgan sus vidas a diario, y sin embargo son tildado de todo tipo de epítetos denigrantes, y acosados por la maquinaria de fango de los EEUU y la mafia cubano-americana. El aliento en momentos difíciles es invaluable, y eso nos consta igualmente en la praxis.
5. En las redes sociales se han creados grupos de miles de revolucionarios. Debemos crear vías para si somos llamados a las calles nuevamente, poder concentrarnos en nuestras diferentes provincias, con o sin internet. Esta capacidad de movilización es fundamental, y fuimos testigos de las consecuencias de la improvisación y la falta de comunicación, así como de sus consecuencias en cuanto a la dilación de la respuesta a los actos de provocación.
6. Necesitamos ser racionales en el uso del epíteto “Gusano” y no emplearlo con personas que no han manifestado interés en intervención militar, anexión a EEUU o posturas similares. Es fundamental recordar el costo de estigmatizar y segregar. Debemos enviar un mensaje de unidad y paz.
7. No debemos entregar las calles, al costo que sea necesario. Mientras seamos mayorías, mientras nuestro proyecto social sea el indicado para proteger la soberanía nacional, debemos estar prestos a enfrentar las provocaciones. No podemos dejar solos al Minint. Debemos organizarnos en nuestras comunidades para poder responder a cualquier provocación con oportunidad. Barrio por barrio.
Casi me marcho, casi abandono Toyo, sin antes ver en el suelo cubierto de vidrios, aceite y plástico, esos zapatos. Eran evidentemente de un policía, pero estaban abandonados allí, en medio de la avenida, en el lugar donde una patrulla había sido claramente destruida.
¿Quién te habrá calzado? ¿Qué será de él? ¿Qué será de su madre? Me fue imposible evitar pensar en ello, y así, esos zapatos, robarían mi calma hasta el sol de hoy.
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