Por: Eddy (@eddyElGallo Especial para Pensando Américas)
Tomado de http://www.pensandoamericas.com/el-peso-inconvertible-el-dolar-paralelo-y-los-subsidios-estatales-al-sector-privado-parte-ii
La despenalización del dólar en 1993 abrió una nueva etapa para los cubanos.
Con la tenencia de divisas vino también la posibilidad de comprar en las llamadas TRD, y de adquirir una serie de bienes y servicios, en su mayoría de más calidad que los comercializados en CUP. Luego de más de 25 años, las divisas extranjeras tienen un rol fundamental en la vida de muchos cubanos. Con ellas viajan y recorren el mundo, o al menos la parte del mundo que nos pone menos trabas para ello. Con divisas compran bienes fuera del país y los importan para su consumo o para venderlos a sus compatriotas. Incluso algunos cubanos guardan sus ahorros en monedas extranjeras.
Confieso que no sé cuántas divisas tienen en sus manos los cubanos. Creo que nadie lo sabe con certeza. Lo cierto es que no debe ser un monto despreciable cuando algunos calculan entre 600 y mil millones de dólares el monto que los cubanos residentes en Cuba gastaron en el exterior en 2017 comprando mercancías que luego importaron para revender en nuestro país.
Si en Cuba los salarios son en CUP y CUC, entonces ¿De dónde salen esas divisas que están en manos de los cubanos?
Toma II: El dólar paralelo
La fuente de esas divisas históricamente fueron las remesas enviadas por familiares en el exterior. La importancia de ellas para la economía de cualquier país subdesarrollado es evidente. El propio surgimiento de las TRD demuestra que, desde el inicio, captarlas fue una estrategia gubernamental. Entonces como ahora, el “perverso” objetivo del gobierno cubano era emplearlas, conjuntamente con las divisas generadas por las empresas del propio Estado, en las prioridades del desarrollo del país y contribuir así a satisfacer las necesitadas básicas y siempre crecientes de toda la población, incluidos los propios receptores de remesas.
Mientras las remesas fueron solo eso, los fenómenos negativos sobre la economía cubana de la circulación paralela de dólares eran prácticamente inexistentes. Sin embargo todo cambio en 2011, cuando el gobierno cubano empezó a promover la expansión de los negocios privados. A partir de ese momento gran parte de las remesas dejaron de serlo para convertirse en capital de inversión.
Antes el familiar era un simple emisor de divisas, ahora es un inversionista. Antes las remesas se empleaban en adquirir bienes de consumo y servicios, ahora se emplean en adquirir bienes de capital o productos para engrosar los inventarios de los negocios privados. Antes eran “remesas caritativas” ahora son “remesa onerosas”. Antes el familiar en el exterior se conformaba con ayudar a su familia en Cuba, ahora quiere su dinero de vuelta, más una ganancia.
Esta transformación de la razón de ser de las remesas rompe el sentido solidario la misma y la transforma en una relación de negocios, convirtiendo al receptor en un deudor y al familiar en un inversionista con lo cual se aplica la trampa del prestamista: el prestamista nunca pierde, presta con la intención de obtener su dinero de vuelta, más una ganancia.
El fenómeno del dólar paralelo se agravó cuando en 2013 se flexibilizaron los trámites para viajar con lo cual se potenció la conexión del mercado negro cubano con el mercado global y en particular dentro de este con el mercado del contrabando, principalmente de América Latina. Lo cierto es que hoy cualquier cubano con divisas y un pasaporte, incluso sin visa, puede viajar a Haití, a Guyana, a Panamá o a Rusia y comprar tanto en los principales supermercados como en los llamados “mercados de pulgas”. Se compra allí donde sea más barato con tal de reducir los “costos de importación”.
En la actualidad el dólar paralelo ha distorsionado tanto el mercado nacional, que ha dejado obsoletas muchas medidas redistributivas de la década del 90, ideadas con el fin de aminorar los efectos negativos sobre la conciencia social de las diferencias sociales creadas por la apertura económica de esa propia década.
Si bien en la década del 90 las tiendas recaudadoras de divisas cumplían su función, en la actualidad son pocas las divisas que recaudan, no porque las tiendas estatales vendan pocos productos, sino porque los millones de cubanos que compran en ellas no pagan con divisas como en sus orígenes, sino con pesos inconvertibles.
Cada vez son menos las remesas que entran al país por el sistema bancario y más las que entran por mecanismos alternativos, las conocidas mulas. Con lo cual se reproduce un efecto pernicioso para la economía cubana al enajenar al Estado de estas divisas e impedirle que las utilice en el “perverso” objetivo de desarrollar al país.
Pero el problema es peor, porque no solamente ya no ingresan las divisas por concepto de remesas en los montos de antaño, sino que ahora se fugan para comprar mercancías, útiles o no, en Guyana, Haití o Panamá y lo que ingresa por la aduana son mercancías traídas por los importadores privados de acuerdo a sus prioridades.
Mercancías que luego de venderse en Cuba y de acumularse sus ganancias en pesos inconvertibles son recambiadas, en algunos casos, por las divisas que queden en el mercado negro, pero en su mayoría, recambiadas por el sistema bancario cubano cuyas divisas provienen mayormente de las ganancias generadas por las empresas estatales, asestando un duro segundo golpe a las arcas del Estado, al quitarle parte de las divisas generadas por él mismo.
En la actualidad con su papel amplificador del mercado negro, el dólar paralelo es la carnada perfecta que sirve de puerta de salida a una fuga voraz de capitales por partida doble.
Para intentar destruir todo este argumento alguien pudiera decir que así mismo funcionan las inversiones extranjeras que promueve el Estado. Dado que el extranjero invierte y luego repatría sus ganancias. La respuesta nuevamente es muy sencilla… si, en ese sentido y solo en ese, se asemejan.
Parafraseando a nuestro querido Fidel, siempre será mejor desarrollarnos “por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos”. Sin embargo, los 40 mil millones de dólares que el Estado dedicó a inversiones en los últimos cuatro años, a razón de más de 10 mil millones anuales, no son suficientes. Se necesita más inversión, alrededor del doble, según expertos, para poder alcanzar ritmos de crecimiento de más del 5% del PIB.
Un monto de inversión que es imposible de lograr de manera autónoma sin afectar los recursos que el propio Estado dedica a comprar bienes de consumo y a generar servicios para la población. Menos aun cuando en esos mismos cuatro años el Estado dedicó más de 20 mil millones de dólares a pagar deuda, imprescindible si se quiere acceder a nuevos y mejores créditos y a mayores niveles de inversión extranjera.
La disyuntiva que enfrenta el gobierno cubano es muy clara: afectar aún más el consumo de la población para disponer de más recursos para desarrollarnos autónomamente o buscar esos recursos extras indispensables para el desarrollo del país mediante la promoción de la inversión extranjera. La decisión para un gobierno responsable como el de Cuba, es obvia.
Entonces aunque teóricamente son lo mismo, resulta evidente que hay dos grandes diferencias entre la inversión extranjera que promueve el Estado y la otra, con relación al desarrollo de Cuba. La primera es que el Estado, cumpliendo su papel constitucional de ente rector de la economía nacional, ha establecido prioridades para la inversión extranjera y ha creado un plan de desarrollo. Por lo tanto las inversiones extranjera aprobadas por el Estado, luego de muchos análisis, están diseñadas para desarrollar la industria nacional, dado que el país se desarrolla con infraestructura e industrias, no con más timbiriches.
La segunda gran diferencia es que la inversión promovida por el Estado socialista es patrimonio de todos los cubanos, o sea y para que se entienda mejor, sus utilidades son empleadas para el beneficio de todos los cubanos y no se quedan en manos de unos pocos.
La tarea de desarrollar un país del tercer mundo es titánica, más aun si se intenta realizar enfrentando al imperio más poderoso que ha existido en la historia de la humanidad, el cual se ha obsesionado con devorarnos y destrozar cualquier vestigio de nuestra nacionalidad y de nuestra soberanía. Cuestionar e ignorar el mandato constitucional del Estado y la capacidad del Socialismo para desarrollar al país ha sido, es y será siempre el objetivo fundamental de EE.UU. para crear desconfianza, desánimo y derrotismo en el pueblo cubano. Desconocer estas realidades y hacerle el juego al imperio es síntoma de una ignorancia y una ingenuidad mortal.
Tomado de http://www.pensandoamericas.com/el-peso-inconvertible-el-dolar-paralelo-y-los-subsidios-estatales-al-sector-privado-parte-ii
La despenalización del dólar en 1993 abrió una nueva etapa para los cubanos.
Con la tenencia de divisas vino también la posibilidad de comprar en las llamadas TRD, y de adquirir una serie de bienes y servicios, en su mayoría de más calidad que los comercializados en CUP. Luego de más de 25 años, las divisas extranjeras tienen un rol fundamental en la vida de muchos cubanos. Con ellas viajan y recorren el mundo, o al menos la parte del mundo que nos pone menos trabas para ello. Con divisas compran bienes fuera del país y los importan para su consumo o para venderlos a sus compatriotas. Incluso algunos cubanos guardan sus ahorros en monedas extranjeras.
Confieso que no sé cuántas divisas tienen en sus manos los cubanos. Creo que nadie lo sabe con certeza. Lo cierto es que no debe ser un monto despreciable cuando algunos calculan entre 600 y mil millones de dólares el monto que los cubanos residentes en Cuba gastaron en el exterior en 2017 comprando mercancías que luego importaron para revender en nuestro país.
Si en Cuba los salarios son en CUP y CUC, entonces ¿De dónde salen esas divisas que están en manos de los cubanos?
Toma II: El dólar paralelo
La fuente de esas divisas históricamente fueron las remesas enviadas por familiares en el exterior. La importancia de ellas para la economía de cualquier país subdesarrollado es evidente. El propio surgimiento de las TRD demuestra que, desde el inicio, captarlas fue una estrategia gubernamental. Entonces como ahora, el “perverso” objetivo del gobierno cubano era emplearlas, conjuntamente con las divisas generadas por las empresas del propio Estado, en las prioridades del desarrollo del país y contribuir así a satisfacer las necesitadas básicas y siempre crecientes de toda la población, incluidos los propios receptores de remesas.
Mientras las remesas fueron solo eso, los fenómenos negativos sobre la economía cubana de la circulación paralela de dólares eran prácticamente inexistentes. Sin embargo todo cambio en 2011, cuando el gobierno cubano empezó a promover la expansión de los negocios privados. A partir de ese momento gran parte de las remesas dejaron de serlo para convertirse en capital de inversión.
Antes el familiar era un simple emisor de divisas, ahora es un inversionista. Antes las remesas se empleaban en adquirir bienes de consumo y servicios, ahora se emplean en adquirir bienes de capital o productos para engrosar los inventarios de los negocios privados. Antes eran “remesas caritativas” ahora son “remesa onerosas”. Antes el familiar en el exterior se conformaba con ayudar a su familia en Cuba, ahora quiere su dinero de vuelta, más una ganancia.
Esta transformación de la razón de ser de las remesas rompe el sentido solidario la misma y la transforma en una relación de negocios, convirtiendo al receptor en un deudor y al familiar en un inversionista con lo cual se aplica la trampa del prestamista: el prestamista nunca pierde, presta con la intención de obtener su dinero de vuelta, más una ganancia.
El fenómeno del dólar paralelo se agravó cuando en 2013 se flexibilizaron los trámites para viajar con lo cual se potenció la conexión del mercado negro cubano con el mercado global y en particular dentro de este con el mercado del contrabando, principalmente de América Latina. Lo cierto es que hoy cualquier cubano con divisas y un pasaporte, incluso sin visa, puede viajar a Haití, a Guyana, a Panamá o a Rusia y comprar tanto en los principales supermercados como en los llamados “mercados de pulgas”. Se compra allí donde sea más barato con tal de reducir los “costos de importación”.
En la actualidad el dólar paralelo ha distorsionado tanto el mercado nacional, que ha dejado obsoletas muchas medidas redistributivas de la década del 90, ideadas con el fin de aminorar los efectos negativos sobre la conciencia social de las diferencias sociales creadas por la apertura económica de esa propia década.
Si bien en la década del 90 las tiendas recaudadoras de divisas cumplían su función, en la actualidad son pocas las divisas que recaudan, no porque las tiendas estatales vendan pocos productos, sino porque los millones de cubanos que compran en ellas no pagan con divisas como en sus orígenes, sino con pesos inconvertibles.
Cada vez son menos las remesas que entran al país por el sistema bancario y más las que entran por mecanismos alternativos, las conocidas mulas. Con lo cual se reproduce un efecto pernicioso para la economía cubana al enajenar al Estado de estas divisas e impedirle que las utilice en el “perverso” objetivo de desarrollar al país.
Pero el problema es peor, porque no solamente ya no ingresan las divisas por concepto de remesas en los montos de antaño, sino que ahora se fugan para comprar mercancías, útiles o no, en Guyana, Haití o Panamá y lo que ingresa por la aduana son mercancías traídas por los importadores privados de acuerdo a sus prioridades.
Mercancías que luego de venderse en Cuba y de acumularse sus ganancias en pesos inconvertibles son recambiadas, en algunos casos, por las divisas que queden en el mercado negro, pero en su mayoría, recambiadas por el sistema bancario cubano cuyas divisas provienen mayormente de las ganancias generadas por las empresas estatales, asestando un duro segundo golpe a las arcas del Estado, al quitarle parte de las divisas generadas por él mismo.
En la actualidad con su papel amplificador del mercado negro, el dólar paralelo es la carnada perfecta que sirve de puerta de salida a una fuga voraz de capitales por partida doble.
Para intentar destruir todo este argumento alguien pudiera decir que así mismo funcionan las inversiones extranjeras que promueve el Estado. Dado que el extranjero invierte y luego repatría sus ganancias. La respuesta nuevamente es muy sencilla… si, en ese sentido y solo en ese, se asemejan.
Parafraseando a nuestro querido Fidel, siempre será mejor desarrollarnos “por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos”. Sin embargo, los 40 mil millones de dólares que el Estado dedicó a inversiones en los últimos cuatro años, a razón de más de 10 mil millones anuales, no son suficientes. Se necesita más inversión, alrededor del doble, según expertos, para poder alcanzar ritmos de crecimiento de más del 5% del PIB.
Un monto de inversión que es imposible de lograr de manera autónoma sin afectar los recursos que el propio Estado dedica a comprar bienes de consumo y a generar servicios para la población. Menos aun cuando en esos mismos cuatro años el Estado dedicó más de 20 mil millones de dólares a pagar deuda, imprescindible si se quiere acceder a nuevos y mejores créditos y a mayores niveles de inversión extranjera.
La disyuntiva que enfrenta el gobierno cubano es muy clara: afectar aún más el consumo de la población para disponer de más recursos para desarrollarnos autónomamente o buscar esos recursos extras indispensables para el desarrollo del país mediante la promoción de la inversión extranjera. La decisión para un gobierno responsable como el de Cuba, es obvia.
Entonces aunque teóricamente son lo mismo, resulta evidente que hay dos grandes diferencias entre la inversión extranjera que promueve el Estado y la otra, con relación al desarrollo de Cuba. La primera es que el Estado, cumpliendo su papel constitucional de ente rector de la economía nacional, ha establecido prioridades para la inversión extranjera y ha creado un plan de desarrollo. Por lo tanto las inversiones extranjera aprobadas por el Estado, luego de muchos análisis, están diseñadas para desarrollar la industria nacional, dado que el país se desarrolla con infraestructura e industrias, no con más timbiriches.
La segunda gran diferencia es que la inversión promovida por el Estado socialista es patrimonio de todos los cubanos, o sea y para que se entienda mejor, sus utilidades son empleadas para el beneficio de todos los cubanos y no se quedan en manos de unos pocos.
La tarea de desarrollar un país del tercer mundo es titánica, más aun si se intenta realizar enfrentando al imperio más poderoso que ha existido en la historia de la humanidad, el cual se ha obsesionado con devorarnos y destrozar cualquier vestigio de nuestra nacionalidad y de nuestra soberanía. Cuestionar e ignorar el mandato constitucional del Estado y la capacidad del Socialismo para desarrollar al país ha sido, es y será siempre el objetivo fundamental de EE.UU. para crear desconfianza, desánimo y derrotismo en el pueblo cubano. Desconocer estas realidades y hacerle el juego al imperio es síntoma de una ignorancia y una ingenuidad mortal.
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