martes, 6 de septiembre de 2022

Actuar bien, interpretar mal.

 


Alejandro Sanchez / Tomado de su perfil en Facebook

Llevamos días viviendo la noticia del fallecimiento de Mijaíl Gorbachov. Debo confesar que la noticia no me dio ni frío, ni calor. Hace muchos años coloqué a ese desecho en el lugar que le correspondía, pero a los efectos de desvariar un poco…
Rusia Today ha exhibido materiales muy interesantes sobre el difunto; sus titubeos internos, pero coqueteos internacionales, la vacilación con que actuaron los pocos que lograron ver el futuro; el sello OTPOR y EuroMaidán de protestas en el Báltico o frente a la Casa Blanca de Moscú que se anticiparon en años a las de las “Revoluciones de Colores”, ¿o no?; el romántico sincronismo entre el líder soviético y su esposa y, por supuesto, las no menas lacrimosas condolencias y apologéticos titulares de la prensa europea y norteamericana.
 
Mucho se ha hablado y escrito sobre los acontecimientos que llevaron a la desintegración de la URSS y el llamado campo socialista, y de sus causas. Poco de sus consecuencias reales y casi nada de la nostalgia.
 
Solo en Rusia, en 2016, una encuesta revelaba que el 56% de la población añoraba la URSS. Otra investigación elevaba esa cifra al 64%. Claro que la mayoría de los nostálgicos eran personas mayores de 55 años, por supuesto, quienes habían vivido el antes. Entre los jóvenes que no conocieron el “horrendo socialismo soviético”, se acercaba al 50 %.
 
El Centro Levada, aparentemente, se ha dedicado durante años a realizar este estudio. Ya el hecho de que exista una investigación de larga data y sostenida en el tiempo da mucho que decir.
Según este Instituto, los resultados de sus análisis fluctúan según la situación económica golpee más o menos a los rusos. El máximo de nostalgia se alcanzó en el 2000, con un 75% que lamentaba la desintegración de la Unión Soviética. Tuvo un mínimo del 49% en 2012, pero luego de 2013, el crecimiento ha sido lento, pero ascendente. ¿Por qué, si Rusia ha encontrado una estabilidad política y bonanza económica?
 
En 2018, un 66% de los ciudadanos se decía "arrepentido" del colapso de la URSS, el mayor porcentaje en una década, según los medios que reseñaban la noticia. Este mismo año, un 24% lamentaba el resultado de la Perestroika.
 
Para 2019, el 45 % sentía vergüenza o tristeza por la desaparición de la Unión Soviética.
 
En 2021, cuando se cumplieron 30 años de la desaparición de la URSS el 62% lamentaba este hecho. 
 
De nuevo la mayoría eran personas mayores de 45 años, pero, aun así, entre los jóvenes nacidos después de 1991, y que no conocieron el socialismo, un 28% deploraba el lamentable suceso. Ese año, el 52% de los rusos deseaba la restauración de la Unión Soviética.
 
Cuando se cayó el Muro, y todo lo demás, yo era un niño. Sin embargo, el hecho y sus interioridades me inquietaron siempre. Recuerdo haber leído desaforadamente “Sputnik” hasta el momento en que ya no entró más a Cuba. Interrogué a cada miembro de mi familia que pasó por aquellos países y leí hasta la saciedad cada libro de la extensa muestra soviética y rusa que en mi casa existía, y existe. Leí publicaciones editadas antes de 1953, las que siguieron a esa fecha y algunas posteriores a 1988.
 
Por supuesto leí a Vitali Vorotnikov y a Nikolai Leonov, cuyo documental-entrevista es altamente revelador, incluso sobre las cosas de las que no habló tanto.
 
No pasó desapercibido para mí, el tratamiento que se dio a la figura de Stalin según pasaban los tiempos. Ya hablé en un post anterior de la “Glásnost” de Nikita Jruschev, porque la de Gorbachov y Yakovlev no fue la primera, no. En ella se dio rienda suelta a despotricar de Stalin y todos los desmanes cometidos por él.
 
Indudablemente, alguien se dio cuenta que una cosa era la libertad y otra el libertinaje, y a Jruschev le terminaron la “Transparencia”, en 1964.
 
Y ahí me asaltó la duda: ¿Cuánto de verdad existía en lo que leía? ¿Hasta dónde fue realmente dictatorial una situación, positivas las medidas, ciertas las falencias e ineptitudes, insoportable la realidad, necesario el cambio? ¿Cuál cambio?
 
En algún escenario, en el contexto de la Invasión por la OTAN a Yugoslavia, escuché a Fidel decir que la historia la escriben los ganadores. 
Entonces:
 
¿Quiénes ganaron con la caída de la URSS?
 
¿Quiénes ganaban enlodando la era Stalin, amén de sus errores y horrores? Y hasta eso, ¿Fue tal así la era Stalin?
 
¿Cuán estancada estaba realmente la URSS para 1985?
 
¿Fueron asesores o expertos como Alexandr Yakovlev, maestrante de la Universidad de Columbia en Estados Unidos, quienes hicieron ver a los líderes soviéticos lo mal que estaban?
 
¿De dónde salieron quienes ofrecieron las magníficas propuestas Made in Chicago Boys para resolver, mediante soluciones neoliberales económicas, problemas de carácter político, ideológico, o de sistema?
 
En alguna conversación con Raúl Capote (Daniel), mi amigo, lo confieso sin rubor alguno, me comentaba que en Rusia, existen hoy más de 10 televisoras públicas, incluso algunas especializadas, en resaltar la Gran Guerra Patria.
 
En 2019, en Rusia, el 87 % de sus habitantes se declaraba orgulloso por el papel de su país en la Madre de Todas las Guerras y su victoria. Hoy, en las ciudades liberadas de Lugansk y Donesk se izan las banderas de la hoz y el martillo, y se interpretan canciones al Ejército Rojo.
 
Miles acudieron a despedir el sepelio de Gorbachov, millones acuden anualmente al Mausoleo de Lenin.
 
No, no está regresando el comunismo a Rusia, solo está regresando el sentido común, o lo que nunca se debió olvidar.
 
Nadie entrega sus armas. Nadie permite que alguien viva en su casa ofendiendo a sus padres, o a ella/él misma/o. Nadie se declara inteligente mientras serrucha la rama que lo sostiene. No se arregla algo, destruyéndolo.
 
En definitiva, en todo ese proceso de la Perestroika y la Glásnost, en todo ese accionar por el bien del Socialismo, de su perfeccionamiento, se actúo de muy buena fe, pero se interpretó muy mal.
 
Eso debería quedarnos de lección.

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