Ernesto Estevéz Rams / Tomado de Granma
Foto: Archivo de Granma
Toda educación tiene un componente adoctrinador. Lo que hace válido ese componente es, primero, si va acompañado de educar en la capacidad analítica de interpretar el mundo objetivo por cabeza propia, y, por tanto, las propias doctrinas que se presentan. En segundo lugar, el propósito clasista de esa educación
Tan reciente como el 15 de abril de este año, en un artículo de opinión del Star Tribune, Tim Reardon reconocía que en Minnesota, Estados Unidos, medio millón de estudiantes tenía problemas con la lectura.
Para dar una idea visual del problema, Tim afirmaba que, si se alineaban a todas esas personas, dándose la mano, la fila llegaría desde ese estado hasta Chicago, poco más que la distancia que hay entre La Habana y Santiago de Cuba.
Pero el problema no es de Minnesota. El 66 % de los niños de cuarto grado en Estados Unidos no puede leer correctamente, de acuerdo con cifras oficiales, y el 21 % de la población adulta es analfabeta.
Volvamos a leer esa cifra: el 21 % de la población adulta del país más rico del planeta es analfabeta. No lo decimos nosotros, lo dicen sus fuentes oficiales.
El 85 % de los jóvenes que se enfrentan al sistema judicial en Estados Unidos es analfabeto funcional, y el 70 % de los presidiarios no llega al cuarto grado de escolaridad, nos ilustra el mismo autor.
«La relación entre el fallo educativo y la delincuencia, la violencia y el crimen está cementado en problemas de analfabetismo», afirma un reporte del Departamento de Justicia.
Queda dicho, sin que se mencione, que el analfabetismo funcional y la desigualdad social van de la mano, pero contrario a como suele presentarse, no es el primero la causa del segundo, sino viceversa. Pensar que la solución social al problema de la pobreza y la inequidad económica es educativo es de ignorantes, por más que lo afirmen personas educadas.
Dice un viejo refrán, al que se le echa mano reiteradamente, que si le das pescado a un pobre lo alimentas un día, y si lo enseñas a pescar lo alimentas para toda la vida. ¿Acaso es cierto el adagio?
Ciertamente, educar conlleva una mejor adaptación a la vida, pero educar per se no cambiará la injusticia social.
En este mundo capitalista en el que vivimos, si se enseña a pescar, pero el control sobre los aperos de pesca lo mantiene la burguesía, terminará el educado siéndole más rentable al capitalista, porque ahora producirá más alimento del que se apropiará el dueño de la vara, el anzuelo y la pita.
Luego, educar es un imperativo creciente en un mundo cada vez más tecnológico, pero para sus hegemones, lo es educar tan solo en la medida en que es funcional a la reproducción capitalista, en términos de tener la fuerza laboral calificada que necesita, y el consumidor de los avances tecnológicos que requiere para las ventas.
El primer caso no requiere educación masiva, sino enfocado en crear élites técnicas; el segundo caso no necesita personas tecnológicamente educadas, sino zombies adictos a la tecnologías: tecnozombies.
Y es que educar tiene un importante efecto no deseado: la persona que lee es más difícil de engañar y está en mejores condiciones de entender el mundo. Y entender el mundo es peligroso para los poderes que lo controlan.
Luego, compatibilizar la necesidad de tener personas educadas y evitar la subversión de la educación pasa por controlar el proceso educativo, para instrumentalizarlo en función de reproducir el sistema sin ponerlo en peligro.
El adoctrinamiento educativo no se produce cuando, en la escuela, a los estudiantes se les enseña cómo la sociedad funciona, sino cuando no se les enseña.
Y es que toda educación tiene un componente adoctrinador. Lo que hace válido ese componente es, primero, si va acompañado de educar en la capacidad analítica de interpretar el mundo objetivo por cabeza propia, y, por tanto, las propias doctrinas que se presentan. En segundo lugar, el propósito clasista de esa educación. Ya sabemos que a los capitalistas no les gusta que los nombren como clase.
Los planes de instrumentalización de la educación universitaria que adquirieron preponderancia durante la ola neoliberal, como el entonces omnipresente Plan Boloña, y del que hoy apenas se habla, tenían como objetivo no declarado desnudar a la educación superior de toda formación universalista, y reducirla a la mera competencia profesional.
La reducción de los tiempos de estudio y el rediseño curricular para eliminarle todo aquello que no aportara a la «construcción de capacidades» fueron y son mecanismos de adoctrinamiento detrás de la aparente desideologización de los estudios.
A eso se le sumó (se le suma) un proceso bien diseñado que, detrás de la llamada «sintonización» transnacional de las matrices curriculares, e «internacionalización» de la educación superior, se escondía (se esconde) el objetivo de sistematizar el robo de cerebros, para hacerlo más eficiente.
Hay que reconocer que supieron vender bien el producto envenenado, y esa manzana tiene más mordidas de las que quisiéramos.
El ideal adoctrinador es crear universitarios con un sentido estrecho de su cosmovisión, capaces de desarrollar avances tecnológicos impresionantes, pero incapaces de entender la sociedad y analizar, con fundamento, las consecuencias de los avances de los que ellos mismos son protagonistas: un coperniquiano tecnocientífico y un terraplanista social.
Preocupado Tim Reardon por las consecuencias sociales y económicas que para Minnesota tiene su alta incidencia de analfabetismo funcional, se plantea y argumenta con detalle cómo salir del callejón sin futuro de tener una población que no sepa leer.
Disecciona cómo otro país enfrentó el problema y logró resolverlo en un tiempo corto, empleando, relativamente, pocos recursos materiales y movilizando socialmente a todos, para lograr el objetivo planteado.
En fin, que Tim pone, a la campaña de alfabetización en Cuba, de ejemplo explícito y central de lo que se debería hacer. Buen recordatorio de Reardon de que Cuba es creadora de liderazgos, no copiadora de los liderazgos de otros.
Pero, Tim, la campaña de alfabetización vino montada, inevitablemente, sobre un proceso de liberación-transformación inédito.
Aquí, donde ocurrió eso que narras con admiración, le llamamos Revolución.
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