Desde que no vivo con mi mamá, sea dónde sea que esté, únicamente cuando geográficamente me ha sido imposible, la visito el 31 de diciembre. Quiso la vida y la suerte que hace años habitamos relativamente cerca, por menos de 2 kilómetros.
Eso me permitió cocinar por la mañana para almuerzo y comida lo que dignamente se pudo pagar y llevarle en horas de la tarde algo de esa cena a mi viejita. La acompañé unas horas, renuente como es a hacer privilegios a un hijo u otro, no quiere salir de su casa. En la tarde-noche me dio su bendición, transmisible a sus nietas, y regresé caminando pues esos no son días que me guste estar manejando.
La caminata entre el hogar de la vieja y mi casa es muy interesante. Muy ecléctica por así decirlo. Mientras en La Habana existen barrios que casi son homogéneos por su composición social, otros no lo son tanto, más cuando son zonas de edificios multifamiliares, y en ese recorrido cruzo aglomeraciones de viviendas que son o fueron de instituciones militares, de organismos estatales, de personas antiguamente albergadas, y así. Vas oliendo (más cerdo asado del que me esperaba) y oyendo la vida social del cubano.
Sobre todo la música que escuchaba me llamaba mucho la atención. Según puedes oírla te dice quién tiene la autoridad en la casa; cuáles es el extracto social, la edad de los ocupantes, o imaginarla con un nivel de subjetividad muy grande, por supuesto.
En fin, contrario a lo que muchos puedan estar pensando, no percibí un reguetón o “reparto” unánime. Escuché mucho Marco Antonio Solís (al cual detesto por malos recuerdos que me trae de viajes en Astro a Oriente), alguna salsa y casino, y hasta algo de la Década Prodigiosa.
Sucede que a veces nos hacemos un cuadro de algo, con una percepción limitada y solemos generalizar. Eso lo hace todo el mundo, tranquilos, pero es importante discernir y tener un juicio propio. No siempre lo que consideramos, aun cuando provenga de una persona con determinada autoridad por su cargo, edad, nivel intelectual, es Palabra Santa. A veces, alguien que respetamos o merece nuestro respeto puede equivocarse y por pudor no lo exponemos, pero tampoco debemos aplaudir como focas.
Lo primero es saber que nuestros gustos son propios y no tienen por qué ser compartidos por otras personas, ni siquiera dentro de nuestra casa, y mucho menos imponérselos a nadie. Una persona vagamente instruida cree que esos gustos fueron una decisión autónoma y libre. Otras, quizás mejor preparadas, intuyen que esos gustos están supeditados a siglos de formación social, del resultado del Mercado, de desdichas y vivencias personales, (como mi trauma con Marco Antonio Solís). Y otro grupo, sabe y es consciente que los gustos son construcciones impuestas a nosotros por intereses, en su mayoría, nada interesados en nuestro bienestar. Claro, eso no impide que usted disfrute igual algo que “creó el enemigo”.
En ese recorrido mezcla de introspección y estudio "socio-musicológico", al transitar por esos lugares donde vivían personas de instituciones que deben velar por nuestra Legalidad Socialista, me llamó la atención escuchar “joyitas” suculentas de eso llamado “reparto”, o de reguetón. Y no está mal, como tampoco estaría mal que las escuchara un funcionario de la Cultura, o un Intelectual, que sabe (o debe saber) cuánto de manipulación mercantilista e incluso ideológica hay detrás de ese fenómeno social. En definitiva te estás divirtiendo y no en un matutino político.
Pero pensaba que la realidad cotidiana te juzga según lo que eres o pareces, y Pepe Melcocha, vecino de Cujuní Arriba, cuando llega a ser el director de la Fábrica de Güines para Chiringa, ya deja de ser Pepe Melcocha, esposo de Cuca Chambelona, padre de Luli Caramelo y Tito Pirulí, y pasa a ser el Director de la Fábrica de Güines para Chiringa de Cujuní Arriba. Y eso funciona lo mismo para un periodista, no importa si es corresponsal de la radio municipal de Cujuní Arriba o el director general del Sistema Informativo de la Televisión; para la bibliotecaria de la escuelita de la localidad antes dicha o para el Ministro de Cultura, y así… ponga usted los ejemplos que le plazca.
Nos guste o no, cuando representamos a una institución, somos esa institución. Cuando mi vecino responsable de la conserjería del edificio me llama para que pague la cuota del jardinero, grita mi nombre. Cuando yo me paso un mes sin pagarle, le susurra a su esposa; “¿Viste? tan abogado que es y ya debe un mes”.
Aún más, esa institución carga entonces con el comportamiento, no solo nuestro, sino con el de nuestros hijos, y viene el comentario: "¿Viste como anda el hijo del abogado?"; o nosotros somos responsables del honor que hace uno de nuestros retoños a esa institución en la que trabaja así sea de limpiaventanas. No importa. Sirve tanto en un sentido como en otro.
Llegué a mi casa, con el oído feliz de no ser impactado por tanto reguetón, medio acongojado por Marco Antonio Solís y me reuní alrededor de la mesa familiar pues, fiel a las enseñanzas que recibí, mis hijas comen a las horas que le corresponden y duermen cuando tienen que dormir, así sea 31 de diciembre. Allí estaba mi beba mayor, de 5 años recién cumplidos, comiendo y escuchando en un celular roto que solo tenemos para eso, sus canciones preferidas: La Vaca Lola, El pavo y la pava se van a casar, Estaba la rana cantando debajo del agua, y otras más que no recuerdo. ¡Qué delicia!
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