martes, 28 de enero de 2025

La Página del Domingo: Pepe


Por Alejandro Sánchez

A mis 15 años, posiblemente tuviera mi mente ocupada en escabrosas necesidades de adolescente. En ese momento la realidad de Cuba ya cambiaba por obra y gracia de aquel “Fin de la Historia”, de Fukuyama, pero no era algo que uno vivenciaba traumáticamente con esa edad. Por eso me resulta tan irreal que un niño como yo lo era entonces, más de un siglo antes, escribiera:

“El amor, madre, a la Patria, no es el amor ridículo a la tierra, ni la hierba que pisan nuestras plantas. Es el odio invencible a quien la oprime. Es el rencor eterno a quien la ataca”.

La “Edad de Oro”, y sus “Versos Sencillos”, fueron mis tránsitos a Martí. Los que parodiábamos incluso, ajenos a todo lo que no fuese el cumplimiento de una obligación escolar. Quizás por ello nunca hice el intento de leer algo más.

Las inquietudes ideológicas llegaban de referentes más cercanos como Fidel, o el Che, y de hazañas más heroicas como la Gran Guerra Patria. En aquel entonces la apostura delicada e intelectual de Martí perdía ante la vibrante gallardía de Maceo. Para entonces eran ignotas para mí, o demasiado frágiles, las vicisitudes de nuestras propias guerras de liberación, del papel jugado por unos y otros en aquellas epopeyas. Solo hasta llegar a la universidad y gracias a una Maestra que recordaré siempre con devoción, se abrieron mis ojos a los más ínfimos y decisivos detalles de la forja de Cuba.

Ya el desandar sigiloso de Martí por las calles nevadas de New York, no parecían tan sibilinos y anodinos comparadas con las cargas al machete y la hercúlea resistencia física de Maceo. Ya la quema de Bayamo; o el sacrificio de Céspedes en San Lorenzo, Baraguá, Mal Tiempo, San Pedro, la Reconcentración… dejaron de ser simples fechas a enlazar en un cuaderno de trabajo, y tomaron cuerpo, piel, sudor, ayes y llantos, vergüenzas y llamados al combate. 

Poco a poco, Martí comenzó a tomar otra dimensión. Ya no era el Apóstol dulce y melancólico, que le enseñaron a mi madre en las escuelas públicas de antes del 59. Tampoco el busto blanco junto a la bandera, incorpóreo y difuso, atado a fechas históricas memorizadas que yo aprendí. Incluso, en algún momento (y aún continúa), comenzó la lucha por no dejarlo desfigurar más, por impedir que lo vaciaran de lo que de más radical y fiero tiene. Hasta los sobrenombres que le hemos dedicado, son muchas veces secuestrados de sus verdaderos significantes.

Así, cuando decimos el Apóstol, se visualiza en ocasiones al mártir cristiano que se deja arrastrar al circo romano, y no al hombre que enseña a pueblos enteros, más allá de las lenguas y los credos. O cuando repetimos; “el más Universal de todos los cubanos”, solo contabilizamos la obra suya o sobre él que trasciende a Cuba, pero vacía de su contenido más revolucionario, y no que su universalidad no es solo un fenómeno transcultural o geográfico, sino también transtemporal, paradigmático, filosófico. 

Martí ha sido blanco de todas las manipulaciones, de todos los intentos y todos los fallos. Y la razón es sencilla, tanto él como Fidel pasaron a ser, hace mucho, significantes y sinónimos de la Patria, de ser cubano, de nacionalidad (ojo que no de ciudadanía). Martí es la argamasa, gracias a Fidel, que une el sueño traicionado de aquella República Democrática con la realidad inacabada de esta Revolución Socialista; otorga legitimidad, genuinidad, autoridad y soberanía al proyecto.

Y sí una frase de Martí ha sido manipulada y sacada de contexto es la de; “Con Todos y para el Bien de Todos”. Así como ocurre con el discurso de su mejor discípulo del 17 de noviembre de 2005, aquel que hiciera José Julián en otro noviembre, pero 26 y en 1891, es parcialmente ignorado, leído con hipos o parpadeos que hacen desaparecer fragmentos importantes de semejante obra política.

¿Y por qué? Pues, algunos por ignorancia, otros por irresponsabilidad ideológica, muchos porque no quieren, para satisfacer sus bajos intereses respecto a Cuba, que un concepto de Unidad desideologizado e inclusivista pueda ser desmentido por ese propio discurso donde Martí pide excluir;  

“de los corazones patrios a un solicitante de fama, o a un alocado de poder, o a un héroe que no corona el ansia inoportuna de morir con el heroísmo superior de reprimirla, o a un menesteroso que bajo la capa de la patria anda sacando la mano limosnera”

O señala el peligro grave; 

“de seguir a ciegas, en nombre de la libertad, a los que se valen del anhelo de ella para desviarla en beneficio propio”.

O que rechaza al “adulador popular”, a quienes se aprovechan de la ignorancia, o quienes ven más cómodo; “excomulgar, de toga y birrete, que estudiar, lloroso el corazón, con el dolor humano hasta los codos”. 

Es impensable el Martí que reniega de los "lindoros"; los "olimpos de pisapapel", los "alzacolas" y a esos hijos que van a la orgía del brazo del alférez que mató a su padre… en fin, todos traidores. 

La Unidad en la Revolución no es desideologizada, ni unánime. No es un “Todos”, difuso y amorfo donde estarán siempre sin diluirse aceites y agua, incubando el germen de la Traición.

Cuba puede ser muchos, incluso todos sus hijos, pero la Revolución, solo podrán hacerla los Dignos y Honrados. Ese es el Pepe que muchos aún no conocen y algunos no quieren que conozcas. 

“Para Cuba que sufre, la primera palabra. De altar se ha de tomar a Cuba, para ofrendarle nuestra vida, y no de pedestal, para levantamos sobre ella”.

José Julián Martí y Pérez. Discurso en el Liceo Cubano, Tampa. 26 de noviembre de 1891.

Les aconsejo leer a Martí y ese discurso en particular.

Sea digno.  

Tenga buen domingo.

*N.A: Agradezco la inspiración a un artículo del cual desconozco autor y no recuerdo el lugar donde lo leí (creo que en La Jiribilla), pero me dio los argumentos martianos necesarios, primero para entender y después defender, que no puede haber Unidad con los traidores, o con las crías de traidores, no importa si lo hacen por órdenes del enemigo o por sus debilidades personales.

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