Por Msc.Roberto R. Dávila Cabrera. / Imagen tomada de politizados.com
De un libro editado y leído
recientemente, reproduzco dos oraciones y un párrafo que pueden contribuir a
que algunos ganen en mayor claridad sobre de que se habla hoy cuando algunas
fuerzas políticas proclaman una llamada “batalla cultural”:
“...el primer paso para dominar
una sociedad es despojarla de los valores trascendentales que la dotan de
estabilidad moral y ontológica.”
“La sociedad contemporánea se enfrenta a esta
aparente contradicción. Más bien, se trata de una tensión entre dos principios
que conviven en el mundo digital. Por un lado, la posibilidad de dominar la
totalidad de la vida no sólo a partir de la vigilancia extendida a los más
diversos escenarios de la vida, sino también a través de la orientación de la
decisión y la delegación de soberanía a los algoritmos. Y como ellos no son
política ni culturalmente neutros, reproducirán los dictados de quienes los
programaron y quienes financiaron a quienes los programaron (ampliaré esto poco
más adelante). Pero, por otro lado, sigue todavía siendo cierto que las
herramientas de producción y distribución cultural que estas tecnologías han
masificado pueden utilizarse para resistir. A la ingeniería cultural se le
puede responder, pues, con batalla cultural”.
“En el mundo de la red cualquier
problema, de cualquier índole, es potencialmente politizable con arreglo a la
creación de algunos memes, de la viralización de algunos videos y de la
conformación de foros y comunidades digitales desde las que se organice una
batalla cultural”.
De lo anterior, al menos entre el
círculo allegado, hemos logramos consensuar que se debe aplicar un acertado
enfoque objetivo y realista, pues el estudio de esos fenómenos solo puede ser
resultado de una visión integradora y totalizadora que tenga en cuenta el
pasado, el presente y la proyección hacia el futuro, no de análisis parciales,
a retazos, de partes y piezas.
El asunto requiere situar en el
centro del análisis nuestro accionar revolucionario transformador, pero también
el de nuestros enemigos.
De las causas y condiciones que
determinan el surgimiento, evolución, desarrollo y caducidad de un fenómeno
material o espiritual en la sociedad, en el mundo en que vivimos, son las
internas las que más determinan, aunque las externas influyen, a veces en gran
medida. No por gusto Fidel dijo en noviembre de 2005 que nuestros enemigos no
podrían nunca derrotar esta Revolución, pero que sí nosotros mismos, afirmación
que es avalada por el análisis de los acontecimientos que llevaron al derrumbe
de la antigua comunidad socialista europea, y otros ejemplos.
Algo de lo que debemos estar
orgullosos y dejar bien claro, es que la Revolución Cubana triunfó como
resultado de factores internos, de la lucha de los mejores hijos de la Patria,
y que nadie desde fuera la implantó. Más bien estuvo presente la acción externa
en contra de su triunfo, lo cual no debe olvidarse ante los intentos de
obviarlo o reescribir la historia. Especialmente quienes pretenden darle a todo
el diferendo una visión estrictamente de enfrentamiento cultural, y que solo
con eso se solucionan los problemas, y de esa forma evitar las grandes confrontaciones
que son las revoluciones.
Lo que realmente está ocurriendo
no es una lucha cultural, es una guerra que incluye la cultura, la información,
además de la economía, la diplomacia, la política, la ideología, la ciencia, la
investigación, el comercio, todo lo que de una u otra manera incide
cotidianamente en la vida de este pueblo.
Y con toda desfachatez, todo lo
malo que ocurre y afecta la vida de todos es, según ellos el resultado de la
inacción, de las insuficiencias, de las incapacidades del llamado estado
fallido y sus dirigentes.
Pienso que no es casual que en
muchas de las lecturas que acometo sobre lo que acontece en el país, falsos
intelectuales, periodistas, autores de libros y otros que pululan en los medios
y en la red de redes, olviden que existe un férreo bloqueo recrudecido que dura
ya más de 60 años y acciones enemigas concretas de diverso tipo; desde
agresiones a personas e instituciones, la destrucción de símbolos patrios,
amenazas a personas, afectaciones físicas a la vida humana, además de todas las
lacras humanas que esas vicisitudes ocasionan a despecho de la voluntad
política.
La agresión ideológica abarca
todos los frentes, se mueve en los medios, pero también en la calle, en la
guagua, en la bodega. Abarca también el seno familiar, donde se piensa distinto
sobre todo lo que ocurre, se tienen distintas visiones y proyecciones
perspectivas, sobre el futuro que ya muchos no ven a lo interno del país, sino fuera.
Porque en el tema de la migración
cubana, no está solo el asunto de viajar para mejorar económicamente, hay trasfondos
ideológicos mucho más profundos, que venden cualquier cosa fuera de Cuba como
“algo mejor”.
Si a todo eso agregamos el
incremento constante de la corrupción, el delito, las ilegalidades, del querer ganar
montones de veces más dinero por cualquier producto o servicio a costa de los
demás, la pérdida o disminución de importantes valores aprendidos y aplicados, reflejados
en el simple olvido de la palabra “compañero” o “compañera”, de la solidaridad,
el cansancio en el tiempo, el dejarse agobiar por la situación que se describe,
es hasta normal que se cumpla el deseo del enemigo; llevarnos a una
desesperación tal que cualquier cosa se “mejor”, que esto.
En un análisis de este tipo debemos
tener claro que en el centro de esta guerra ideológica, no batalla, está en
primer lugar el Partido, que es criticado por hacer o por no hacer, por existir
y por guiar la Revolución. Tema en el cual, mi criterio es que hay equivocados
de buena y mala fe.
Los primeros a veces por no darse
cuenta que los cambios actuales requieren y exigen aprendizajes para los nuevos
dirigentes, porque la experiencia se transmite en un determinado nivel, pero
cada persona e institución debe adquirir la suya propia. Que el momento exija menos
tiempo para aprender, es otro factor.
Los segundos, porque están
apoyados por un enemigo poderoso, con sistemas de ataque largamente preparados
y pensados, con casi todos los recursos y medios necesarios para combatir en
contra de la revolución, con su foco de atención centrado en atacar y tratar de
destruir por cualquier vía, incluida la difamación moral a las instituciones
como el Partido, el Gobierno y los dirigentes a cualquier nivel.
La fuerza del sistema del capital
es tal, que es capaz de espoliar y explotar personas sin que ellas se den
cuenta de ello, haciendo que asuman valores válidos para ese modo de
producción, pero no para nosotros. Tengamos de muestra un botón: distribución
de moneda falsa en un hotel aprovechando la llegada de una persona famosa,
haciéndose pasar por ella, para crear un evento mediático artificial preparado
para que afecte la Revolución de cualquier modo.
Sus llamados teóricos cantan a
cuatro voces que ya no existe clase obrera, y algunos van más allá, diciendo
que no hay sociedad de clases ni lucha de clases, que es otro hoy el sujeto
histórico de los procesos de desarrollo de la sociedad, que no es posible ni
necesaria la revolución, porque el sistema del capital ha logrado el bienestar
de todos. La realidad del mundo en que vivimos es otra totalmente distinta,
pero eso lo dejan de ver esos teóricos del capital, porque no les conviene, y
lo omiten de sus obras. Tratan de esconder que si algún sector productivo o de
servicios puede obtener altos dividendos siempre será a cambio de altísimos
niveles de explotación de su sudor y esfuerzo, que permita altos niveles de
ganancias a sus dueños.
Las diferencias en el desarrollo
económico, social y cultural de muchos pueblos del mundo, que ha sido resultado
de la expoliación a que han sido y son sometidos, existen, aunque se omitan de
los textos elaborados por esos teóricos. Las verdades se abren paso, no se
pueden esconder, por mucho que se intente hacerlo, aunque se haga en nombre de
la “libertad”, “la democracia”, “la igualdad”, “la fraternidad”, que tienen
apellido desde la propia revolución burguesa de 1779, son conceptos de y para
la burguesía.
La Revolución cubana tiene
amplias posibilidades de aplicar medidas que están a su alcance para enfrentar
y vencer los enemigos internos y frenar también los externos al dejarlos sin
base de apoyo. De revoluciones que tuvieron que aplicar medidas extremas para
enfrentar la corrupción, el robo, el desvió de recursos, la especulación, las
acciones económicas en contra del pueblo, conocemos en la historia. Estudiemos
el ejemplo reciente de la revolución nicaragüense, que les regaló en bandeja de
plata a los yankis a los presos contrarrevolucionarios que utilizó y que
querían seguir utilizando internamente.
Seguimos buscando salidas de las
difíciles circunstancias que enfrentamos, con creatividad y muchos peligros, de
dentro y de fuera. No se debe tener temor del proceso de búsqueda de nuevos
caminos. Pero hasta nuestros enemigos tienen que reconocer que con la
conducción de Fidel, de la dirección revolucionaria del país, siempre se supo
escoger nuestro propio camino, métodos y formas de actuar, con visión de largo
alcance sobre nuestra obra revolucionaria.
Por todo ello es indispensable
tener en cuenta otro elemento esencial que nos enseñó esa Generación Histórica,
y otros defensores del Marxismo-Leninismo; es el enfoque materialista
dialéctico al abordar la realidad material y espiritual, lo primordial para
entender los procesos y fenómenos que nos rodean y con los cuales convivimos, sea
en el pasado, en el presente o en la sociedad futura. Sólo eso nos permitirá
pensar y razonar con claridad, observar con precisión la realidad y sus
movimientos, sus retrocesos y avances en el decursar indetenible de la historia
humana.
No se juega a hacer revolución,
es un fenómeno muy serio para tomarla como un juego de fuerzas, de puja, de
tirar y recoger, de oportunismos, de debilidades humanas.
Continuaré desarrollando este
importante tema en próximos artículos, para los que resistan su lectura. He
omitido conscientemente las citas bibliográficas por el momento.
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