Por Alejandro Sánchez
Sí recuerdo el nombre del muchacho que entrevistabamos, Rubén, y el del Trabajador Social que andaba conmigo, Yasmani. Aquella conversación no se me olvida: los tres coincidiamos en muchas cosas, yo el que menos.
Cuando concluimos, Yasmani me preguntó por qué sabia tanto de la vida marginal. Le dije en cual barrio me crié. Yo me interesé por su complicidad con el entrevistado: yo era Rubén hace un año, me respondió.
Recuerdo que me dijo también: apúrate, fiscal, que Fidel va a hablar hoy, y no me lo quiero perder.
Rubén terminó mal; no lo superó. Finalmente, las drogas le pudieron y hasta estuvo preso. Yasmani me sustituyó. Estudió Derecho y ahora es fiscal. Se especializó en la atención a personas vulnerables.
El discurso de Fidel de aquel día no lo vi, ni escuché. Ya hacia un tiempo solo me preocupaba de leerlos. Cuando los leía podía hasta adivinar en que instante levantaba el índice ladeándose en el estrado o cuando se inclinaba para remarcar una idea, casi en un susurro. Algo contradictorio, ¿verdad?
Fidel habló aquel día de muchas cosas, de lo mundano y lo divino, pero todos lo recuerdan por aquello de que nosotros mismos podíamos destruir nuestro socialismo.
Pensaba que era el único que consideraba su discurso en el Aula Magna como trascendental por otras muchas cuestiones, pero no. Hace poco alguien más lo citaba como una especie de testamento político o de clase magistral de marxismo-leninismo.
Fidel decía en aquella ocasión que nadie sabía a ciencia cierta como se construía el Socialismo. Pero habló de Trabajadores Sociales y la participación popular en el Hacer Revolución, de diferencias de clases, el mal del sector privado y como influye en la descomposición de una sociedad que olvida su deber con los menos, nosotros, los que como Rubén, Yasmani y yo salíamos de la linea de Partida con la desventaja cultural y socioeconómica de barrios y sectores pretéridos por una sociedad injusta.
Fidel ese día nos dijo que podíamos nosotros mismos destruir la Revolución, y nos dio las claves para seguirla construyendo.
Es como la metáfora del vaso medio lleno o medio vacío. Quienes solo recuerdan ese fragmento, están predestinándose al fracaso.
Yo tengo siempre presente de dónde salí. El capitalismo para mí era una realidad a la que no tengo intención de volver.
Yo veo el vaso medio lleno, siempre... ¿Y ustedes?
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