domingo, 14 de diciembre de 2025

El Capital Narrador: cómo la batalla por Warner Bros. desentraña la concentración de Capital, Poder Político y Control Narrativo.


Por Dqva Jaime

La oferta hostil de Paramount por Warner Bros. Discovery (WBD), valorada en 108.400 millones de dólares, no es solo el último capítulo de una guerra corporativa por el entretenimiento. Es un case study perfecto que revela las entrañas del capitalismo contemporáneo: un sistema donde el capital se concentra de forma acelerada, las líneas entre el poder político y el económico se desdibujan hasta desaparecer, y la batalla final no es solo por los mercados, sino por el control de las narrativas que conforman nuestra realidad.

El movimiento inicial de Netflix, con una oferta de 83.000 millones por los estudios Warner Bros. y HBO Max, ya era un monumento a la concentración. Unificaba al líder global del streaming con el tercer gran jugador, creando una entidad con un catálogo histórico sin parangón y más de 400 millones de suscriptores potenciales. Ted Sarandos, de Netflix, lo celebró como algo "excelente para los consumidores". Sin embargo, como analizó Christian Salmon en "Storytelling", estas "empresas mutantes" no venden productos, sino que fabrican y gestionan relatos a escala industrial, formateando imaginarios. Netflix no compraba solo activos; adquiría el "próximo siglo de storytelling", según sus propias palabras.

Pero la oferta de Paramount, liderada por David Ellison, lleva la lógica de la concentración a su máxima expresión: quiere toda la empresa, incluyendo la red de canales lineales (CNN, Discovery, etc.) que Netflix descartaba. Su argumento es puramente financiero: más efectivo contante y sonante (30 dólares por acción frente a los 27,75 de Netflix). Este forcejeo multimillonario entre dos gigantes por un tercero demuestra que, en el tablero geoeconómico del entretenimiento, solo sobreviven los hiperbólidos. La diversidad de voces y propietarios se sacrifica en el altar de la escala y la eficiencia sináptica del algoritmo.

Aquí es donde el análisis geopolítico resulta indispensable. La oferta de Paramount no está financiada solo por la fortuna de la familia Ellison –Larry Ellison, cofundador de Oracle y uno de los mayores apoyos de Donald Trump–. Según la presentación regulatoria, detrás hay un consorcio que incluye al Fondo de Inversión Pública de Arabia Saudita, L'imad Holding de Abu Dhabi, la Autoridad de Inversiones de Qatar y Affinity Partners, la firma de capital privado de Jared Kushner, yerno y exasesor clave de Trump.

La jugada es maestra en el tablero geoeconómico. Estos fondos soberanos, según el documento, "han acordado renunciar a cualquier derecho de gobernanza... asociado con sus inversiones". Es decir, aportan capital masivo (24.000 millones en deuda) sin exigir puestos en el consejo. ¿Por qué? Para evitar el escrutinio del Comité de Inversión Extranjera en EE.UU. (CFIUS) y acelerar la aprobación regulatoria. Paramount argumenta que su oferta tiene un camino "más fácil" que la de Netflix ante los reguladores antimonopolio. Y tiene un as en la manga: la participación de Kushner.

La figura de Jared Kushner es emblemática del "capitalismo de camarillas". Tras su paso por la Casa Blanca, levantó Affinity Partners con 2.000 millones de dólares de inversión saudí, entre otros. Ahora, su firma es un vehículo que canaliza capital geopolítico de los estados del Golfo hacia activos estadounidenses sensibles como el entretenimiento, mientras se beneficia de su proximidad al poder.

David Ellison, por su parte, no es un CEO cualquiera. Es hijo de Larry Ellison, un histórico donante de Trump. El propio presidente Trump ha sembrado dudas sobre el acuerdo Netflix-WBD, afirmando que la gran cuota de mercado de Netflix "podría ser un problema" y que él "participaría" en la decisión. Este entorno crea un cóctel perfecto: una oferta financiada por aliados estratégicos en el Golfo y operada por el círculo íntimo de un presidente que, desde la campaña, ya comenta el caso. No es una conspiración; es la mecánica estándar del capitalismo de relaciones (crony capitalism), donde la influencia política se capitaliza en adquisiciones estratégicas.

Mientras los CEOs debaten primas por acción y deuda, la comunidad creativa y la sociedad afrontan las consecuencias. Los gremios de Hollywood y las cadenas de cine ven con terror cómo se reduce el número de compradores independientes para sus proyectos, se estrecha el mercado laboral y se amenaza la ventana exclusiva de las salas. Paramount apela a este miedo, prometiendo "un Hollywood más fuerte" y al menos 30 estrenos anuales en cines, en una clara sintonía con el nacionalismo económico de "América Primero" que Trump pregona.

Sin embargo, la promesa de "más opciones para el consumidor" (el eslogan favorito de estos gigantes) es una ilusión. La concentración de capital de producción y distribución en una o dos manos homogeniza el contenido. Como señaló Salmon, el storytelling corporativo busca "formatear las mentes". Quien controla el archivo (Warner Bros.) y el algoritmo de distribución (Netflix o Paramount) controla qué historias se cuentan, cómo se cuentan y a quiénes llegan. Es la consolidación de un monopolio narrativo.

La batalla por Warner Bros. Discovery es un microcosmos de las fuerzas que definen nuestra era: la concentración frenética de capital, la fusión de intereses geopolíticos y empresariales, y la utilización de la proximidad al poder para acumular activos. Revela un sistema donde el entretenimiento es un campo de batalla estratégico, demasiado importante como para dejarlo solo en manos del mercado, y donde actores con conexiones políticas privilegiadas pueden mover hilos para inclinar la balanza.

El "próximo siglo de storytelling" que tanto promocionan Netflix y Paramount corre el riesgo de ser escrito por un puñado de conglomerados, financiados por capitales globales opacos y alineados con agendas políticas particulares. La pregunta que queda resonando es: en la era del capitalismo de las historias, ¿quién tendrá derecho a contar la nuestra?

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