Por Roberto Dávila Cabrera
Aunque un principio fundamental de dirección es establecer una adecuada delimitación de funciones entre los que participan en tales procesos, y por tanto el PCC no gobierna ni administra, porque existen instituciones estatales que tienen esas funciones, es entonces fundamental esclarecer con precisión teórica y práctica en qué consiste la dirección política partidista en nuestra sociedad.
Más cuando han existido y existen múltiples criterios y opiniones al respecto derivadas del proceso de la perestroika europea y otras experiencias, y también ataques sistemáticos y sistematizados en contra del Partido y su papel y el hecho de que nuestra Constitución mantenga el artículo 5 al respecto.
Los ataques que a diario leemos en redes contra el comunismo, el marxismo-leninismo, las personalidades históricas vinculadas al proceso de luchas por el progreso social, con las revoluciones, y en particular contra el Partido Comunista de Cuba, no son casualidad, expresan las posiciones que desde su surgimiento en la antigüedad encontramos entre lo común, de todos, y lo mío, privado.
Las campañas actuales no son hechos aislados, sino acciones que persiguen objetivos muy bien definidos de destruir de muy variadas formas el papel y el lugar de los partidos comunistas y progresistas de este mundo, para descabezar la dirección de todo proceso revolucionario que se oponga al capital.
En nuestro caso, se trata de afectar el prestigio y autoridad ganados durante muchos años, no solo de la etapa del triunfo revolucionario de 1959, por los comunistas en la sacrificada lucha mantenida para concretar en hechos, en una revolución verdadera, apelando a múltiples variantes de tergiversación de la historia del país.
El Partido Comunista de Cuba, a diferencia de otros, es fruto y resultado de una Revolución en el poder alcanzado por vía armada, lo que integra también otras formas de lucha. Es una de las principales obras del pensamiento creador de Fidel para garantizar la continuidad de la lucha revolucionaria cuando ya no esté físicamente la dirección histórica que ha guiado la nación hasta el lugar en que nos encontramos hoy.
El papel dirigente del Partido Comunista de Cuba no es ni puede ser solo una norma contenida en la Carta Magna de la nación. Mucho antes de que fuera así, y para que fuera así, tenía que tener el prestigio y autoridad necesarios, ganados en la lucha revolucionaria diaria de su militantes y dirigentes, como realmente ocurrió.
Ejercer ese papel dirigente ha exigido, exige y exigirá, al decir de Lenin y Fidel, actuar de forma tal que los demás se vean obligados a reconocer en nosotros el papel de vanguardia que se necesita en cada momento de la lucha revolucionaria.
No es tener o no tener documentos elaborados que nos dibujen un futuro edulcorado, ideal, deseado, por el qué luchar. Nos pasamos años elaborando documentos que después la vida se encargó de deshacer en corto tiempo debido a cambios en el movimiento social que nadie vio ni previó.
Lo que si no puede faltar en ningún momento es la clara visión de cual es el rumbo acertado necesario para llevar adelante la revolución y la lucha que ello implica, y ello no como una cualidad de dirigentes a cualquier nivel, sino como esencia por la cual luchan toda la militancia y el pueblo revolucionario. Ello exige a su vez, la permanente preparación necesaria de todas las fuerzas que participan en esa lucha, no solo la de dirigentes seleccionados para serlo por cualidades demostradas, que la práctica dice que no siempre son “demostradas”, ni “sentidas en el corazón y la mente”, como demuestra la vida.
Es un principio de vida o muerte de la revolución, de sus organizaciones, organismos y dirigentes, el vínculo con las masas, su vinculación e identificación con sus necesidades e intereses en cada momento. La Revolución no puede ser sólo una visión de futuro, sino la realización de un mejor presente para todos los que participan en la lucha diaria, en la marcha por construir un mejor futuro para las generaciones venideras. Es algo que no se puede olvidar ni apartar del pensamiento y acción de la Revolución.
Lograr no perder ese vínculo, esa identificación y marcha común, es un arte en dirección política, más cuando por ese camino hay que vencer múltiples y únicos enemigos, no con la retórica de la comunicación política a través de los medios como si ese fuera el único camino y vía de hacerlo.
Cuando no había radio, televisión. Internet, celulares, los pueblos en sus luchas se comunicaban para lograr sus objetivos, cara a cara persona a persona, y lo hicieron siempre, durante miles de años. ¿La llegada del progreso tecnológico y científico actual nos acomoda a no seguir haciendo lo que la vida toda nos ha demostrado como camino eficaz de comunicación?
¿Hubo comunicación política entre Fidel, la dirección histórica, las fuerzas revolucionarias y el pueblo en todos los momentos de nuestra lucha común? Si, y cuando en ocasiones nos separamos de las masas y perdimos comunicación, la vida se encargó de pasar la cuenta necesaria.
No se puede perder de vista también que la comunicación política también tiene varios sentidos, que su contenido se utiliza para exponer la tergiversación de la verdad, incluso la que se vive cada día.
Y lo mismo se puede decir de la economía, la producción de alimentos, de los servicios de todo tipo necesarios para la vida diaria, de la defensa, la educación, la salud pública, y todo lo demás, como tareas de masas, no de genios aislados de sus bases.
El papel dirigente del Partido pasa obligatoriamente por ese camino de establecer, mantener y desarrollar vínculos entre todos los participantes del hecho Revolución, no solo de arriba hacia abajo, la dirección a cualquier nivel, sino también desde abajo hacia arriba, en un flujo de relación en ambas direcciones. Y muchos hechos hoy dicen que esto no siempre se cumple, en proporciones nada despreciables.
Y esa relación es la única eficaz para vencer toda clase de actividad enemiga, junto con la conciencia que seamos capaces de crear para que cada participante en la lucha lo haga por convicción propia, aunque esté en las entrañas de ese enemigo o en la vista pública de la vida cotidiana.
Y la vida no es solo información. Es respuesta a las necesidades de cada uno y de todos, es ser ejemplo de uno mismo y de otros, porque la Revolución es la ciencia del ejemplo. Y siempre con la verdad revolucionaria como arma de lucha, con la amplia visión crítica de la marcha y el movimiento social, que implica una mirada constante de nuestra propia obra, porque ninguna es perfecta y siempre hay que rectificar.
(Continuará)
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