En la vida no hay espectadores.
Julius Fucik
«Me escribieron personas avisándome de lo que me iba a caer», me dijo por chat una joven de 22 años, estudiante de la enseñanza artística, relatándome lo que le había ocurrido al publicar un comentario en su Facebook, cuestionando la imagen construida para provocar empatía –sin cuestionamiento alguno– hacia el periodismo de los «medios independientes», al tiempo que se incentiva el rechazo a todo aquel que se atreva a expresar una visión más analítica de la guerra comunicacional hacia Cuba.
«Solo quise poner mis ideas, que son las de muchos, pero que temen hacerlas públicas por miedo a que los linchen», me dijo, y agregó que le sorprendió no ser la única que pensaba así. «Cuando lo escribí pensé que me iban a atacar con todo. Pero para mi sorpresa mucha gente tenía que decir lo mismo que yo».
No obstante, no todos se atrevieron a expresarlo públicamente en el muro de comentarios, sino que prefirieron hacerlo por el chat: «Te lo dicen por privado».
Algo similar me ocurrió, luego de cuestionar en la red el sentido ético de un reciente documental sobre lo que fue el difícil episodio migratorio del puerto del Mariel, posterior al violento asalto a la embajada de Perú, que no aparece en la obra. Ambos son, todavía hoy, temas sensibles en la memoria social cubana, con testimonios sin duda emotivos, que junto a otros están necesitados de una exposición mediática mayor y más profunda.
En la búsqueda de una presentación de los hechos más acorde a su perspectiva política que al rigor investigativo y al estudio del contexto de la época –típico del montaje arbitrario de imágenes y audios de archivo–, los realizadores llegaron a violar una de las principales normas éticas del trabajo documental y del periodismo, al engañar a uno de los entrevistados, –un reconocido músico cubano– diciéndole que ya no estaban grabando, cuando este preguntó si habían dejado de hacerlo para decirles algo off the record.
Lo que manifestó privadamente a continuación, creyendo en la honestidad de sus entrevistadores, fue incluido en el documental, como si nada.
La celebración acrítica en las redes de los que preferían pasar por alto semejante falta de ética, con tal de aplaudir una obra que sirviera –sin mayor análisis histórico– contra la imagen de lo que ha sido la Revolución Cubana, me resultó tan chocante en lo ético, sin llegar a lo político, que escribí: Yo no puedo aplaudir eso.
El espacio de comentarios debajo de la publicación permaneció en silencio, pero durante los días siguientes estuve recibiendo por el chat privado los mensajes de profesionales del sector audiovisual que compartían el mismo criterio, pero que preferían no expresarlo públicamente en la red, bajo una atmósfera que hacía pensar en el Hollywood en el que vivió el novelista y guionista Dalton Trumbo.
La joven estudiante, por su parte, rememoró el ambiente hegemónico que ella y varios de sus amigos sintieron en las redes cuando un supuesto artista protagonizó un desafío provocador ante la aprobación de la Ley de Símbolos Patrios, envolviendo su cuerpo con la bandera de la estrella solitaria, mientras realizaba todas sus acciones cotidianas, incluidas las más íntimas y fisiológicas, que eran fotografiadas y luego subidas a la red.
El irrespeto hacia la enseña patria provocó repulsa en las redes sociales, pero un agresivo clamor lo defendía, insultando a quien se atreviera a cuestionarlo. Los defensores de la libertad de expresión del pretendido artista, atacaban la libertad de expresión de los que creen en el respeto a la bandera, y salvo alguna excepción, muchos artistas verdaderos permanecieron silenciados por el terror: «Había que apoyarlo sí o sí, porque si no, eras un “defensor de los violadores de los derechos humanos”. La presión mediática es tan grande que a las personas les da miedo ir en contra de lo preponderante», me comentaba la joven.
Es alentador saber que en las redes sociales hay personas que defienden un criterio propio y que no renuncian a expresar libremente sus valores, ni a buscar otras perspectivas. Ejercer allí nuestro derecho a ser quienes realmente somos, sin estar sometidos a los que prefieren que permanezcamos callados cuando se mancilla aquello en lo que creemos, pasa por esa valentía social que a la larga nos revela que no estamos solos.
La manera en que las redes se inundaron con fotos de niños junto a bustos de Martí, cuando estos fueron ultrajados, demuestra que esa libertad nos enaltece. Valemos más cuando somos libres.
Julius Fucik
«Me escribieron personas avisándome de lo que me iba a caer», me dijo por chat una joven de 22 años, estudiante de la enseñanza artística, relatándome lo que le había ocurrido al publicar un comentario en su Facebook, cuestionando la imagen construida para provocar empatía –sin cuestionamiento alguno– hacia el periodismo de los «medios independientes», al tiempo que se incentiva el rechazo a todo aquel que se atreva a expresar una visión más analítica de la guerra comunicacional hacia Cuba.
«Solo quise poner mis ideas, que son las de muchos, pero que temen hacerlas públicas por miedo a que los linchen», me dijo, y agregó que le sorprendió no ser la única que pensaba así. «Cuando lo escribí pensé que me iban a atacar con todo. Pero para mi sorpresa mucha gente tenía que decir lo mismo que yo».
No obstante, no todos se atrevieron a expresarlo públicamente en el muro de comentarios, sino que prefirieron hacerlo por el chat: «Te lo dicen por privado».
Algo similar me ocurrió, luego de cuestionar en la red el sentido ético de un reciente documental sobre lo que fue el difícil episodio migratorio del puerto del Mariel, posterior al violento asalto a la embajada de Perú, que no aparece en la obra. Ambos son, todavía hoy, temas sensibles en la memoria social cubana, con testimonios sin duda emotivos, que junto a otros están necesitados de una exposición mediática mayor y más profunda.
En la búsqueda de una presentación de los hechos más acorde a su perspectiva política que al rigor investigativo y al estudio del contexto de la época –típico del montaje arbitrario de imágenes y audios de archivo–, los realizadores llegaron a violar una de las principales normas éticas del trabajo documental y del periodismo, al engañar a uno de los entrevistados, –un reconocido músico cubano– diciéndole que ya no estaban grabando, cuando este preguntó si habían dejado de hacerlo para decirles algo off the record.
Lo que manifestó privadamente a continuación, creyendo en la honestidad de sus entrevistadores, fue incluido en el documental, como si nada.
La celebración acrítica en las redes de los que preferían pasar por alto semejante falta de ética, con tal de aplaudir una obra que sirviera –sin mayor análisis histórico– contra la imagen de lo que ha sido la Revolución Cubana, me resultó tan chocante en lo ético, sin llegar a lo político, que escribí: Yo no puedo aplaudir eso.
El espacio de comentarios debajo de la publicación permaneció en silencio, pero durante los días siguientes estuve recibiendo por el chat privado los mensajes de profesionales del sector audiovisual que compartían el mismo criterio, pero que preferían no expresarlo públicamente en la red, bajo una atmósfera que hacía pensar en el Hollywood en el que vivió el novelista y guionista Dalton Trumbo.
La joven estudiante, por su parte, rememoró el ambiente hegemónico que ella y varios de sus amigos sintieron en las redes cuando un supuesto artista protagonizó un desafío provocador ante la aprobación de la Ley de Símbolos Patrios, envolviendo su cuerpo con la bandera de la estrella solitaria, mientras realizaba todas sus acciones cotidianas, incluidas las más íntimas y fisiológicas, que eran fotografiadas y luego subidas a la red.
El irrespeto hacia la enseña patria provocó repulsa en las redes sociales, pero un agresivo clamor lo defendía, insultando a quien se atreviera a cuestionarlo. Los defensores de la libertad de expresión del pretendido artista, atacaban la libertad de expresión de los que creen en el respeto a la bandera, y salvo alguna excepción, muchos artistas verdaderos permanecieron silenciados por el terror: «Había que apoyarlo sí o sí, porque si no, eras un “defensor de los violadores de los derechos humanos”. La presión mediática es tan grande que a las personas les da miedo ir en contra de lo preponderante», me comentaba la joven.
Es alentador saber que en las redes sociales hay personas que defienden un criterio propio y que no renuncian a expresar libremente sus valores, ni a buscar otras perspectivas. Ejercer allí nuestro derecho a ser quienes realmente somos, sin estar sometidos a los que prefieren que permanezcamos callados cuando se mancilla aquello en lo que creemos, pasa por esa valentía social que a la larga nos revela que no estamos solos.
La manera en que las redes se inundaron con fotos de niños junto a bustos de Martí, cuando estos fueron ultrajados, demuestra que esa libertad nos enaltece. Valemos más cuando somos libres.
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