Conocí a una mujer. Durante un tiempo la tuve cerca, muy cerca, y me impresionó todo de ella:
Su devoción familiar; la delicadeza con que trataba sus plantas, incluso les cantaba ocasionalmente como a sus hijos, a quienes educaba permitiéndose malcriarlos de tarde en tarde. Me impresionó su sencillez elegante, la cortesía inseparable a la fuerza de sus argumentos; sus firmes valores entre maneras delicadas.
Conocí a una mujer que no ostentaba sus conocimientos y dotes, que no buscaba reconocimientos fatuos, que tenía aversión por los peinados complicados y prefería una flor como prendedor. Admiré sus zapatos sencillos, a veces de señora anciana, y sus vestidos estampados; su sonrisa, su devoción al trabajo, pero no tanto como su entrega a la Revolución.
Conocí a una mujer y no pude menos que admirarla…
Se llama Vilma.
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