miércoles, 2 de abril de 2025

La Página del Domingo: Moais


Por Alejandro Sánchez 

La isla chilena de Pascua o Rapa Nui, es famosa, entre otras cosas, por sus grandes estatuas de piedra. La historia es un poco más larga de lo que lo inmediato y el marketing nos han hecho conocer, pero en esencia, esas gigantescas esculturas de roca volcánica que representan a sus antepasados y que pueden pesar varias decenas de toneladas, fueron esculpidas por antiguos hombres con herramientas de piedra, nada de metal.

Era una obra colosal y de enorme significado. Las tallas se hacían por equipos de trabajo, muchas veces familiares, que luego, así en grupo, se encargaban también de transportar aquellas moles por kilómetros hasta su último lugar de reposo. Nadie podía empeñarse en esas obras de manera solitaria, individualmente. 

Tanto los sitios de exposición, como el camino a ellos desde las canteras y estas últimas, tienen muestras de desechos. Sin duda, esculturas que por muchas razones se destruyeron (mala organización, un deficiente trabajo colectivo, el error de alguien que no estuvo a la altura del esfuerzo grupal, una cuerda o tronco mal ajustado…), fueron luego usadas como relleno de los ahus sobre los que reposaron otras estatuas que sí llegaron a buen término. Algunas piezas ni siquiera iniciaron ese camino. 

En las laderas del volcán Rano Raraku, quedaron muchas estatuas abandonadas, algunas ya terminadas, otras destruidas, algunas sin concluir. Las razones son diversas, no quiero ampliar en eso, pero sí resaltar que los talladores, de vez en vez, comenzaban a esculpir una pieza y luego de un tiempo descubrían que la piedra escogida tenía una grieta que hacía imposible seguir el trabajo, o una veta de material más blando, o más duro, que igual impedía faenar en él. Algunas veces, se solucionaba todo haciendo un poco más pequeña la talla, o modificando el diseño. No era lo ideal, pero ¿qué le iban a hacer? En muchas, simplemente tenían que abandonar.

Actualmente existen muchas técnicas que hubieran permitido subsanar ese percance. Cuando se talla en madera (de eso sí sé un poquito), ya de antaño existían opciones; podías rellenar la grieta con serrín y resina, y quedaba casi perfecto. Claro, tanto en este caso como si usas alguna técnica moderna en la piedra, sabes y debes estar consciente de que por muy bien que lo ocultes, en ese lugar hay una falla. Tacha que debilita la escultura, que ya no le permite soportar el peso que a lo mejor debía, o donde no puede situarse un anclaje o adorno, porque dará en falso. 

Así ocurre con muchas cosas en la vida; con proyectos personales, amorosos y sociales. Algunas veces, casi terminada la obra o muy avanzada, un error o la desunión, la incomunicación, impiden el proceso común. Otras, entiendes que no existen las condiciones ideales y abandonas o pasas al siguiente tramo de escarpa y reinicias el tallado. Y en algunos casos; rellenas, recortas, modificas algo, pero sabes, y debes recordar que esa obra tiene una imperfección. Ya no será lo que tenías planificado. Por el resto del tiempo, vivirás con esa falla, corrigiéndola constantemente o rogando para que no colapse. 

Tengan buen domingo.

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