martes, 30 de julio de 2024

Una al pasar...a propósito de una cena...

Por Alejandro Sánchez

Las cuestiones de género, raciales, ecológicas o de cualquier otra multidiversidad, no son el problema en sí.

Donde está el dilema es cuando esas cuestiones se convierten en la razón de ser de luchas que se vuelven cosméticas, por simples cuestiones de forma, y no en luchas contra las causas que generan esos dilemas que es el sistema capitalista.
El capitalismo se adueñó de esas reivindicaciones humanas y las ha exacerbado, ridiculizado, idiotizado, confundido las libertades con extravagancias, llevando la rebeldía contra el sistema a una simple rebeldía contra la esencia del propio ser humano (tatuajes, piercings, cambios de sexo o identidad, etc), como si solo eso te hiciera más humano, como si la enajenación o la satisfacción de instintos básicos, casi animales, te hicieran más libre.
En esta etapa capitalista que vivimos todo se vuelve una mercancía, el propio ser humano y no solo el valor de su trabajo; las ideas, la conciencia se volvieron mercancías, porque es la forma de seguirnos vendiendo hasta el infinito. Y no saben ya cómo parar. Ni sabemos nosotros cómo dejar de comprar.
Para colmo, han hecho ver que esa es la lucha de las izquierdas, que ser de izquierda es que una mujer enseñe los pechos en señal de protesta porque quiere que no la miren más como objeto, que los negros exijan que en las películas de Hollywood salgan más actores de piel oscura en papeles protagónicos, o que una persona con determinada preferencia sexual tenga que pintarse, subirse a algo y hasta practicarlo en público para reconocerse como tal.
Esa es la enajenación de la propia izquierda, mientras las personas discuten por eso, por decir elle o @, ellos, las élites, siguen comprando al mundo y siguen robando las verdaderas libertades; comer, un hogar, una familia, estudios, trabajo digno, una patria, la Vida.
Discutir sobre las bases de esos "seudo valores", de esas categorías que el capitalismo ha inventado, no nos hace más militantes y revolucionarios, por el contrario. Nos vuelve igual de enajenados.

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