Por Roberto R. Dávila Cabrera
Desde su fundación el Partido creado por Fidel, su fundador y guía, y todos sus miembros y dirigentes, asumimos que era un partido leninista de acción revolucionaria, creado para guiar, conducir, dirigir, a través de la participación directa de nuestro pueblo y los militantes, el proceso de transformación revolucionaria de la sociedad cubana en su camino aprobado de marcha hacia el socialismo.
Desde el punto de vista de la Historia, los partidos políticos de la clase obrera o proletarios que se crearon inicialmente en Europa y después en otros muchos lugares del planeta, en un proceso gradual que implicó años, se dedicaron esencialmente a la propaganda revolucionaria, a la difusión y enseñanza de la nueva teoría revolucionaria con que contaba esa clase y que no se conocía plenamente.
Cuando Lenin comienza sus luchas en Rusia creando lo que después de muchos años se llamó Partido Comunista bolchevique, proclamó y trabajó para modificar ese criterio; no se podía sólo dedicar tiempo y esfuerzos a la propaganda y divulgación revolucionarias.
Lo esencial era crear una organización política revolucionaria de acción con el objetivo de que la clase obrera, los proletarios, en alianza con los campesinos, que eran millones en la Rusia feudal de los zares, y con otras fuerzas que estuvieran de acuerdo con los objetivos de lucha de transformar la sociedad capitalista explotadora, pudiera tomar el poder político, instaurar lo que llamó dictadura del proletariado, para diferenciarla de la que ejercía la burguesía capitalista y los ricos terratenientes feudales, e iniciar el proceso de construcción del socialismo, hacia una sociedad sin clases, sin explotación del hombre por el hombre.
A todo ese proceso histórico de lucha por alcanzar el poder, instaurarlo, y comenzar la construcción socialista hasta su culminación, se llamó teóricamente Misión Histórica del Proletariado o de la clase obrera, que no estaría concluida hasta que no se cumplan todas sus etapas con la construcción de la nueva sociedad.
Fue muy complejo el trabajo político e ideológico a realizar en las condiciones y circunstancias de muchas revoluciones, incluida la nuestra, para llevar a las masas en lucha tal postulado, que no siempre se ha correspondido con la realidad histórica vivida por los pueblos que han hecho su revolución y luchan por ella.
En nuestro caso, hablar de dictadura del proletariado, en un país que sufrió la dictadura de un asesino que utilizó las fuerzas represivas del Estado para matar a más de 20,000 cubanos, con combatientes de la Sierra y el llano, de la clandestinidad y que enfrentaron a ese régimen político al servicio del imperio del norte, y que aborrecían esa dictadura sangrienta, fue un trabajo muy difícil y paciente, pero logrado por Fidel, la dirección histórica de la Revolución, y el pueblo.
Cuba no es excepción en esto, tales procesos los viví en otros pueblos, y especialmente en la Nicaragua Sandinista, que no podían entender de ningún modo que se dijera que obreros al servicio de Somoza, el asesino jefe en ese país, dirigidos por un Partido Comunista que actuaba en contra del Frente Sandinista de Liberación Nacional, se presentara como la fuerza más revolucionaria de la sociedad.
No se podía entender, simplemente porque los hechos no se correspondían con la realidad vivida, y donde campesinos, estudiantes y otras fuerzas revolucionarias se encargaron de alcanzar el triunfo revolucionario, resistiendo incluso, los ataques en su contra por fuerzas establecidas que se decían revolucionarias y acusaban al FSLN de organización burguesa y pequeñoburguesa. Cosas complejas de la lucha revolucionaria, que el Frente ha sabido sortear con éxito hasta hoy.
Y es muy difícil entender, sobre todo, cuando la lucha predominante en esos procesos ha sido la lucha armada, el poner la vida en juego ante las balas y acciones represivas de los que tienen el poder económico, político, ideológico y cultural en sus manos. Y que alguien se aparezca explicando que la fuerza más revolucionaria es aquella que tiene las fuerzas productivas de la sociedad en sus manos, aunque el dueño sea el capitalista que los explota y alquila su fuerza de trabajo, tema este que merece ser ampliado, pero no es objeto de nuestro artículo en este momento.
Para los cubanos en Revolución triunfante, militar en un partido creado por el líder máximo reconocido por su pueblo como tal, con la autoridad ganada en el combate, significaba actuar en las circunstancias de la lucha de todas las etapas: enfrentando al enemigo, preparándonos cada día más, trabajando con entrega total, para poder alcanzar la victoria segura de nuestra causa.
Por eso la consigna que durante esos años se enarboló en Cuba fue la de Estudio, Trabajo y Fusil, que hoy nadie menciona ni se recuerda, parece que es obsoleta en el tiempo, aunque como soy un viejo jubilado, no retirado, sigo pensando que hoy como ayer la consigna es totalmente válida y necesaria, aunque algunos vivan sin trabajar, otros no estudien y prefieran ganar dinero de inmediato estando vinculados a la divisa que promete, aunque sea un espejismo en realidad.
Y los revolucionarios de entonces cumplimos con honor las tareas en los tres frentes fundamentales, venciendo al enemigo armado, creando la intelectualidad cubana con que contamos hoy, aunque parece que sobre todo en la cultura se nos ha quedado algún resquicio por mal trabajo nuestro, no de otros, incluido el enemigo, y con un arduo y sostenido trabajo realizado en el tiempo, aunque los salarios fueran siempre bajos, o personas sin preparación recibieran más beneficios que los que se quemaron las pestañas y aportaran más a la sociedad.
Ningún proceso es ideal, en todos hay errores y deficiencias humanas, en todos los tiempos.
El "pollo del arroz con pollo": ese partido de acción, transformador y guía de la sociedad que tiene de socialismo lo que hemos podido salvar de él, pero lucha por mantener lo ganado al respecto, porque hemos perdido mucho de todo lo alcanzado, no es hoy la organización con los impulsos de su juventud, aunque tiene una experiencia de lucha para nada despreciable y una conciencia revolucionaria demostrada, aunque no siempre clasista declarada.
En una reunión reciente de secretarios de núcleos con su Buró Municipal, evoqué las etapas en que el Partido era un hormiguero, de día o de noche, todos los días del año, donde dirigir no era estar detrás de un buró, pensando, sino actuando. Haciendo todo lo necesario para garantizar encausar adecuadamente los esfuerzos de un pueblo en transformación, creando todo lo que hoy tenemos, y que, si no ha sido más, no ha sido porque no se haya querido.
Y no se puede uno llamar partido de acción revolucionaria, leninista y fidelista, si no somos capaces de siempre actuar con la agilidad que exigen las condiciones y circunstancias de nuestra lucha actual.
Estructuras que no funcionan adecuadamente, sistemas informativos que no son todo lo confiables que se necesita, como el de las plantillas que mantienen personas en papeles, en sistemas automatizados, aunque se hayan ido del país para no volver, estén enfermos y vivan en otros territorios, y es mejor no decir más.
O un sistema que abarca todo el Partido para la labor ideológica necesaria ante la infinidad de problemas que se generan cada día de tal tipo, y no hay respuesta, sino silencio absoluto, en tantas cosas de la realidad en movimiento.
O asuntos de la cultura, del anteproyecto de Código de Trabajo, y otras muchas cosas de la vida cotidiana, de economía global, del trabajo agrícola y la tierra que tenemos que poner a producir, del enfrentamiento a acciones que indican la presencia no solo de negligencias, sino de acción enemiga contrarrevolucionaria.
Esto es solo un botón de muestra, un llamado a la conciencia de que tenemos que analizar, discutir, y resolver muchos asuntos de nuestro Partido, que somos todos los militantes, no solo sus dirigentes a cualquier nivel.
Hay que prestar atención especial a un tema que vengo observando en la sociedad: personas afirmando que quien debe dirigir es aquel que ha sido elegido para eso por las masas, los delegados y diputados, y no los que no han sido electos, especialmente el Partido.
Requiere refutación porque Fidel fue capaz de poner en acción una práctica que ni el partido de Lenin aplicó, la consulta con las masas sobre cada candidato a ingresar en la organización en una asamblea inicial, pero también en otros pasos, hasta las conclusiones finales sobre si se acepta o no el candidato. Y ese método continúa vigente hasta hoy, porque el vínculo directo con las masas ha de ser siempre la principal fortaleza del Partido. La vida se ha encargado de demostrar en más de una ocasión, que cuando se viola o incumple este principio, se debilita totalmente el Partido, y por tanto, la Revolución, que se puede perder totalmente cuando eso ocurra en grandes magnitudes. Y el enemigo no es bobo ni se chupa el dedo, aprovecha cualquier grieta.
Y junto a este tema las bases requeridas en la actualidad para alcanzar y mantener la unidad del Partido y la Nación, asunto medular porque no es cualquier unidad la que necesitamos. La nuestra, que ha de ser ideológica, política, organizativa y de acción, ha de tener el marxismo-leninismo como amalgama que garantice, a través de la crítica oportuna, la de sentimientos y convicciones revolucionarias requeridas para la lucha por un mundo mejor para todos.

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