Por Alejandro Sánchez
Con mecanismos externos que favorecen nuestra enajenación digital y circunstancias internas más que suficientes, es muy difícil que las redes sociales en Cuba no sean un hervídero de debates cada semana.
Muchos se creen especialistas, otros solo opinan o replican lo publicado por los que se creen especialistas aportando más turbiedad, también opinan algunos especialistas aun cuando no tengan razón e incluso se incomodan cuando les llevan la contraría o consideran quién, cómo y sobre qué se debe opinar. Por supuesto, no faltan los llamados a la unidad acrítica, a no opinar o a escuchar solo lo que diga este o aquel... en fin.
Entre tanta refriega la denuncia sobre el tema de la tasa ilegal de cambio se diluye del enfrentamiento real que debe acompañarla y soluciones concretas, mientras se la intenta banear con las campañas de descrédito habituales contra alguien del Estado o alguna institución, con o sin razón. Es un patrón fácilmente identificable.
Y es una pena que de tantos especialistas que tenemos alguno no asesore nuestros procesos comunicacionales para que no incurran en el mismo baneo o promoción de contenidos convenientes, (según sea necesario), sobre los debates del Anteproyecto del Código de Trabajo, ya casi al final de su debate, y el recién convocado del Programa de Gobierno para corregir distorsiones y reimpulsar la economía.
Ambos documentos parecen ideales, los cuestionamientos son cosméticos (ni siquiera los del bando enemigo son agresivos), nada de fondo, anódinos y los comentarios de los implicados en su elaboración solo son loas, faltara más.
Si ambos están en discusión, especialmente el segundo, incluso en su propio nombre y concepción, no es precisamente porque estén bien.
Ninguna discusión de futuro, de concepciones profundas, de "Cómos", se puede emprender sin que los participantes sepan el estado real del país, sino todo queda al efecto de la Teoría del Shock o a la confianza ciega. Los debates, como este, no se gestionan y conducen a lograr el fin que conviene, sino hacia el necesario, así tenga que reconocerse un mayúsculo error. Para empezar, distorsiones o errores conceptualmente parten de que hubo un mal desempeño, un mal inicio, o por deficiente análisis y planificación, o por una peor ejecución y control. Y la primera conclusión es que esas "distorsiones" no son más que las consecuencias de la introducción de mecanismos y comportamientos capitalistas en nuestra sociedad y economía, da igual si es con mucho o poco control. Ignorar esto es lo más anti-marxista que puede existir.
Y eso nos lleva a otro tema.
La situación del país y el ánimo y visión con que las personas participen, está influido por dos problemas fundamentales; financiero y energético. Sin dinero y energía no puede llevarse a cabo ningún empeño; sea agrícola, industrial, cultural, político... Y hoy quien retiene el dinero y consume más (no hablo del sector productivo y estatal), son los nuevos capitalistas. Y no se resuelve en el caso de la energía, por ejemplo, con que paguen más (si lo hacen cuando no acuden a arreglos para subpagar), también tienen que consumir menos y tener límites a sus privilegios.
De nada vale recordar a Fidel y su discurso del 17 de noviembre del 2005, y menos recalcando su fragmento menos optimista. Tal pareciera que de tanto repetirlo, nos condenamos a acometer dicho vaticinio. Pero tampoco sirve, y es aberrante y ofensivo con Fidel, continuar dando tribuna para que hablen de él a lo más pusilánime y revisionista de lo que hoy tenemos en nuestras academias, intelectualidad y prensa. Simbolicamente, acuñar que Fidel fue subversivo contra su acción y pensamiento, usándolo como mecanismo de autoridad contra sí mismo, validando que todo es cuestionable, relativo, de que no hay certezas... Y si no hay certezas, no hay destino posible, y si no lo hay tampoco es necesaria la lucha.
Fidel no fue subversivo, fue coherente, mucho más en ese discurso.
Brújula, mapa, tradición revolucionaria con la certeza en el triunfo; ese es Fidel.
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