Efecto de los bombardeos iraníes sobre Israel. Foto: Internet
Por Mauricio Escuela / Tomado de Cubasí
En las últimas horas el terror se ha apoderado del mundo debido al intercambio de fuego entre dos potencias regionales que representan las tendencias de bloques geopolíticos globales. Por un lado, Israel vinculado a Occidente y su agenda; por otro Irán como parte del mundo en ascenso de los países alternos.
El altercado tiene como trasfondo las negociaciones pacíficas en torno al programa nuclear de Teherán. Unas conversaciones que Tel Aviv está bombardeando literal y simbólicamente desde el campo de la guerra y de la antidiplomacia. El tema es parecido al escenario que dio paso a la invasión de Gaza más reciente: cuando se está tratando de llegar a un punto de acuerdo entre las partes; Israel, que se halla por fuera del orden internacional por sus altos niveles de impunidad, actúa con un sabotaje de gran envergadura. A partir de las condiciones en su punto de peor tensión, el partido ultrasionista de Tel Aviv cree colocar las cartas del juego a su favor: el de la guerra.Pero este tema tiene otras explicaciones geopolíticas. Israel pareciera tener prisa para lograr sus metas en contra de los enemigos históricos y eso está dado por la retirada gradual de las fuerzas occidentales de la región y el inminente escenario de hostilidad que Tel Aviv puede afrontar solo en las próximas décadas. Estados Unidos está llamado, tarde o temprano, a reducir el gasto en defensa o concentrarse en metas dentro de su zona de influencia ya que la deuda posee un peso significativo en la entrada en una etapa recesiva de la economía. El desorden interno, la falta de propuestas de la clase política y los conatos de secesión nos llevan a pensar en una nación norteamericana que no puede sostener los enclaves allende los mares sin que eso implique mayores males en la construcción política de su sistema. Se avecina un nuevo orden internacional en el cual China y Rusia tienen un papel preponderante. Ese tándem está haciendo un juego geopolítico de altura en el cual la ganancia neta es la complementariedad en negocios, tecnología, crecimiento industrial, cultura y educación. El aspecto militar, derivado del factor inteligencia, es algo que cada vez más se le va de las manos a los Estados Unidos y la mayor prueba de tal fatiga ha sido la imposibilidad de controlar a los hutíes y por ende de dominar en el determinante estrecho de Ormuz.
Si en tiempos de decadencia del Imperio Británico se hizo evidente la superioridad de la fuerza aérea y de los blindados sobre la posesión de una flota marina poderosa; ahora se está dando algo parecido con la supremacía de los misiles hipersónicos sobre tecnologías militares como los portaaviones que en el pasado reciente eran sinónimo de dominación militar del mundo. Hay que anotar también el uso de los drones que funcionan como una guerrilla inteligente y guiada desde lejos, capaz de asestar golpes significativos en puntos clave de un ejército. Todo eso ha puesto fuera de circulación la vieja filosofía de guerra norteamericana que se basa en dos cuestiones: los enclaves militares alrededor del mundo y el desplazamiento de portaaviones junto a flotas estratégicas hacia teatros de operaciones. Ese funcionamiento, además de poco efectivo, resulta costoso para un país que requiere importar de China casi todos los componentes intermedios de su propia maquinaria de guerra.
Llevemos todo eso al Medio Oriente y ya se verán las implicaciones en materia geopolítica: Israel posee un futuro de enfrentamiento a solas con potencias regionales del bloque ascendente y ya no puede voltearse hacia un Occidente en el cual la propia OTAN está siendo cuestionada como organismo desde estamentos como la presidencia de los Estados Unidos. Este recorte estratégico norteamericano implicaba negociar las zonas de influencia con las potencias mundiales, pero la etapa presente de Trump ha saboteado todo proceso. Las condiciones que los norteamericanos les ofrecen a rusos y chinos no van con los proyectos de poder de Beijing y Moscú. Y el tiempo se agota para Israel. Con estas jugadas militares, Tel Aviv busca debilitar a sus enemigos o desaparecerlos para ser el único poder en la región con el cual el nuevo mundo deba negociar. El sionismo está preparando las condiciones para su escenario existencial de las próximas décadas ante unos Estados Unidos que se retiran sí o sí de la arena geopolítica y una orfandad de los poderes fácticos de Israel.
Pero no nos llamemos a engaño, Estados Unidos sabía de la operación militar de Israel y está en línea con los intereses geopolíticos de su socio regional. Este gobierno, el de Trump, es de petróleo y del uso de los combustibles contaminantes en general y necesita el dominio del Medio Oriente para pivotear los precios hacia abajo y así lograr la popularidad añorada para las elecciones de medio término. La guerra pareciera ser, como horizonte a corto plazo, la vía para lograr esa agenda.
Ahora bien, en esta guerra de posiciones, Irán ha jugado de manera brillante, ya que ha usado tanto lo convencional como los choques de tipo proxy. La permanencia de tecnología balística de punta en manos de Teherán ha servido como disuasión para un enfrentamiento a gran escala, a la vez que el hostigamiento a Israel y Occidente por parte de grupos irregulares ha contribuido a la decadencia del sionismo y su aislamiento internacional como un Estado paria. Irán ha sabido hacer una guerra de tipo híbrido en la cual hay trabajo de inteligencia, uso de la diplomacia y del poder a la sombra. Todo eso posee repercusiones incluso hacia el interior de la política doméstica israelí con la oposición en el congreso de Tel Aviv que emplaza a diario a Netanyahu. La respuesta de Israel, previsible y poco realista, de atacar con cohetes y aviones de manera directa, puede catalogarse como una trampa en la cual el sionismo ha caído. ¿Por qué? Estados Unidos tiene ante sí un escenario parecido al que ya formó en Ucrania: no puede intervenir directamente por los pactos entre Irán y Rusia. La paralización del escenario de guerra es obligatoria ante la sumatoria cero de una tercera guerra mundial. En ese aspecto, Israel provoca el choque, pero sabe que el siguiente paso no se va a dar y ahí es donde gana Irán. Sin los norteamericanos, el sionismo es un poder regional que no puede ir a mayores ya que la escalada está en manos de superpotencias que no se van a decidir por la guerra. ¿Resultado? Mayor debilidad para el partido de Netanyahu y probable derrota electoral.
He ahí el trabajo de ingeniería política que Irán está tratando de lograr en la región. Un plan, por cierto, que responde a las alianzas estratégicas con superpotencias. De alguna manera, Estados Unidos, al permitir que su ahijado Israel responda de manera frontal, está cayendo en la misma trampa frente a sus enemigos. Guerras internacionales que, en la sumatoria final, debilitan el poder norteamericano y lo tornan más dependiente de las condiciones de importación desde China. Esa balanza comercial despegada y en contra de la industria norteamericana es el talón de Aquiles de los Estados Unidos y la causa fundamental del cambio de hegemonía de este siglo. Beijing sabe que debe realizar una especie de jiujitsu con Washington: provocar al adversario a que actúe y luego usar ese impulso energético en su contra para debilitarlo. Cada empuje norteamericano fuera de sus fronteras es un paso más hacia la caída del poder global. La jugada en el Medio Oriente va en esa dirección, solo que Israel, que defiende de forma exclusiva sus intereses, actúa con mayor torpeza y por ende para mayor beneficio del bloque de superpotencias ascendentes.
La lógica implica en las próximas semanas una desescalada obligatoria y eso se puede observar en las declaraciones de Rusia sobre los ataques de Israel a Irán. Ese paso diplomático por parte de Moscú está marcando las claras líneas rojas que Occidente no debe pasar en la región si no quiere desaparecer literalmente. Cada vez que Estados Unidos se acerca a este abismo, retrocede aterrado. Y la aceptación de su papel como país no hegemónico se plantea con mayor fuerza sobre la mesa de sus círculos gobernantes no ya como una alternativa, sino como solución existencial. Y es que la crisis de la clase política norteamericana es el otro gran ajedrez que juegan las superpotencias ascendentes. Ahí hay que ver cómo, en los últimos años, no ha habido un liderazgo real en los Estados Unidos, sino un caos en el cual los grupos han luchado incluso con violencia (el asalto al Capitolio) por imponer su versión del neoliberalismo y de alguna manera “salvar” la posición del país como potencia. Moscú y Beijing, de forma indirecta y aplicando la filosofía jiujitsu, están logrando sus objetivos de cara a una negociación beneficiosa del nuevo orden del siglo.
La crisis en Ucrania y la escalada en el Medio Oriente no son muestras de fuerza de Occidente, sino la evidencia de su fraccionamiento. Por una parte, se les ven las quebraduras diplomáticas y por otro la ineficiencia militar de su arsenal obsoleto y tecnológicamente inviable. Hay que volver a replantear que lo que estamos viendo es una caída del globalismo o sea de la versión acabada del liberalismo. Este orden postliberal incluye el reacomodo geopolítico de las potencias, pero más que nada un cambio de paradigma mundial. Y en este nuevo orden, lo que se conoció antes como universo colonial o Tercer Mundo está teniendo un papel preponderante a partir de la transferencia tecnológica, el uso de la informática, la biotecnología, la nanotecnología, la genética y todas las demás ciencias convergentes. Las fuerzas productivas (conocimiento científico) se han desatado por fuera de la estructura global salida del sistema mundo del capital de los orígenes de la modernidad.
Cuando pasen los meses y vayan a negociar, las partes que hayan sabido jugar con mayor inteligencia sus cartas tendrán las ventajas. En esta línea de pensamiento, la elección de Trump, con su torpeza, con sus medidas absurdas y su cero capacidad intelectual para la política; es la variable más favorable al juego chino del jiujitsu. Es el líder ideal para la caída del poder norteamericano: ciego, carente de habilidad, con ninguna influencia real en conversaciones de alto nivel. El llamado poder inteligente norteamericano jamás alcanzó niveles más bochornosos. La imagen de Trump resulta patética ante la estrategia preparada por los adversarios de Estados Unidos en la arena internacional y en tal sentido el presidente norteamericano ha funcionado como un catalizador de la crisis existencial de su país.
¿Qué queda? La alharaca de tiranuelo de siempre: un desfile de un arsenal que ya no es el mejor del mundo ni representa un poder incontestable, las amenazas que no son oídas y que les convienen a los adversarios para ser usadas como rebote, un país que está en constantes protestas y en conatos de resistencia secesionista. Con estos Estados Unidos, Israel huye hacia adelante en una escalada peligrosa para todos, pero cuyo resultado, bien aprovechado por los otros jugadores, puede serle fatal al sionismo.
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