domingo, 23 de junio de 2024

Página del Domingo: La Música.

Por Alejandro Sánchez  

La música es tan antigua como el hombre. Existen representaciones de seres primitivos danzantes desde cientos de miles de años antes de la edad moderna. Hay constancia de instrumentos musicales de 50 mil años de antigüedad. 

En Sumeria (actual Iraq), ya contaban con instrumentos de percusión y cuerda (lira y arpa), desde el 3000 a.n.e. Existen representaciones del dios Apolo con su arpa en objetos del 500 a.n.e. Y hablando de Grecia, la palabra “música”, supuestamente procede de “mousai”, que significa “musa”.

Las musas, (son 9 las reconocidas), fueron las deidades de las artes y se entiende que su nombre derivara a la palabra “música”, porque 7 de ellas se relacionaban con ese arte; Calíope, Erató, Melpómene, Talía, musas de la poesía y el teatro, que era cantado; Terpsícore, de la danza y, Euterpe y Polimnia, la primera de la música popular, por decirlo de alguna manera, y la otra de la sacra o religiosa.

Con muy pocas variaciones, la palabra “música”, se pronuncia de manera muy similar en casi todos los idiomas de origen indoeuropeo. Cambia la forma de escritura, el alfabeto, pero así como se oye en español se pronuncia en rumano, árabe, ruso y otros idiomas eslavos. Del latín “music”, tomaron la pronunciación los idiomas nórdicos y anglos, y el francés, pero también el turco. 

Nadie sabe cuándo surgió el músico pagado, profesional, pero ya en el Viejo Testamento existían clasificaciones para los músicos que cantaban en las festividades religiosas. En la antigua Grecia fue famoso Estratónico de Atenas, un tocador de cítara de la época de Alejandro Magno, y más en lo mítico, se hablaba de Orfeo, cuya música se dice que calmaba a las bestias. 

A los músicos se les pagaba incluso en especias. Algunos, eran esclavos y el pago por su arte lo recibía el amo. En la Edad Media, con frecuencia solo tocaban por la comida o el albergue.

Y si en algún lugar la música pagada ha alcanzado un nivel supremo es en Estados Unidos. Fenómenos mundiales como los Beatles, tuvieron que pasar por ese país para “explotar” como producto global. 

Un país con tanta emigración no podía ser menos rico en sus mezclas musicales. Las planicies del Oeste y Medio Oeste, y las plantaciones algodoneras del Sur, son la cuna de géneros como el country, el bluegrass, el blues, el góspel, el rhythm and blues y el jazz. Luego las grandes urbanizaciones llevaron a la creación del hip hop, la música house, disco, el ragtime, el rock and roll, pero también el pop, el techno y, más recientemente, el trap. A golpe de millones esa música, amén de que mayormente es excepcional por su calidad, se ha convertido en patrón de consumo internacional.

Es interesante que géneros surgidos como expresión de la situación de explotación y discriminación en las comunidades afro-norteamericanas, como el rap y luego el trap, se hayan convertido en subgéneros decadentes, donde solo se muestra lo más banal y amoral de la sociedad, también a pago de las grandes disqueras.

La música, de la mano de Universal, Sony, Warner Music, Disney, se ha convertido en una mercancía que promueve su industria y el capitalismo global a todo el orbe. Por eso una Taylor Swift, la cantante con más seguidores en redes sociales sale a apoyar a Biden en sus conciertos, o una Madonna en Moscú a pedir por la liberación de un grupo anti-Putin, o en Rio de Janeiro moviendo el trasero con imágenes del Che de fondo.


 

¿Y Cuba? No por gusto nos dicen la Isla de la Música. Quizás sea eso de la mezcla, pero podemos ufanarnos de ser los creadores de géneros musicales como el Danzón, el Son, que generó luego otros ritmos con base en la herencia africana; el chachachá, el mambo y la salsa, que nos la disputan boricuas y panameños. Los mexicanos pretenden robarnos el Bolero, cuyos mejores cultores han nacido en nuestra región oriental, dando ese producto genuinamente nacional que es la trova, aunque una de sus expresiones más antiguas, se llame Habanera. Somos tan prolíficos que toda una rama del jazz, surgió en Cuba.

No hay música mala o buena. El reguetón, el trap, el pop cursi, el trash o el metal, son algunos de los géneros musicales más vilipendiados. Pero, ¿no existe contenido horrible o éticamente cuestionable en otros géneros? 

Hace unos años, en la CUJAE, en un concierto por el Día del Estudiante, escuchábamos a un grupo musical y mi acompañante me preguntó; ¿Es impresión mía o todas las canciones hablan de irse del país? Quizás ella era demasiado suspicaz, pero el músico, así como cualquier artista sabe lo que quiere trasladar con su obra, por eso le ponen título a sus creaciones. 

Tampoco hay músicas para ricos o pobres. Solo tiene que existir un mensaje que atrape o “desatrape”, según sea el caso. Jon Illescas, un investigador español se pregunta en su libro “La Dictadura del Videoclip”; ¿Qué relación hay entre los videoclips y la falta de conciencia crítica de gran parte de la juventud?

La Dictadura del Videoclip / Jon Illescas


El jueves 11 de junio de 1868, en la Iglesia Mayor de Bayamo, durante un solemne Te Deum se interpretó una melodía que al representante del gobierno colonial español le pareció “poco religiosa”. Tenía razón, porque 4 meses después, aquella composición sonaba a la par de unos versos que rezaban así; “Al Combate corred, bayameses”.

Esta conversación da para más, pero no como para un domingo. Tengan un buen día. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Sea educado. No insulte ni denigre.